REVIVAMOS LAS IDEAS QUE ORIGINARON CIENCIA
NUEVA HACE 44 AÑOS
LA CAUSA Y LOS PRINCIPIOS SIGUEN
VIGENTES...
Horacio Micucci
Ciencia Nueva era una
revista de ciencias y tecnologías publicada en la Ciudad de Buenos Aires entre
abril de 1971 (N° 1) y enero de 1974 (N° 29).
Transcribimos su primer editorial:
Para
nuestra generación, la ciencia y la tecnología son las actividades humanas más
contemporáneas. Hoy están vivos más del 90% de todos los investigadores
científicos que han existido en el mundo.
Los
resultados de los trabajos teóricos y experimentales se aplican con una
velocidad desconocida en el tiempo de nuestros padres y abuelos.
Si
pasaron 150 años entre el momento en que se descubrieron las leyes
fundamentales de la expansión de los gases y su aplicación a la industria, si
hubo un lapso de 100 años desde la publicación de los trabajos de Faraday sobre
electricidad hasta la aparición de las máquinas industriales eléctricas, 50
años de espera entre la formulación teórica de transmisión del sonido a
distancia y el invento del teléfono, bastaron 10 años desde el descubrimiento
del transistor en un laboratorio hasta su utilización masiva en la pequeña
radio portátil, y sólo 3 desde la fabricación del primer microcircuito
integrado a su aplicación en gran escala en las máquinas computadoras.
En
1970 es ya suficientemente claro que ninguna generación tuvo sobre sus espaldas
las dramáticas responsabilidades que nos obligan a nosotros a decidir cómo
vivirán —y si vivirán— las generaciones venideras. Ninguna dispuso de un poder
tan enorme, ni de una influencia que abarcara, como hoy, a todos los hombres de
la Tierra.
Estamos
dominando las enfermedades y prolongando la vida. En este momento giran
alrededor de nuestro planeta centenares de satélites fabricados por el hombre y
estamos enviando continuamente objetos a los más remotos lugares del sistema
solar. Ya casi sabemos cómo se origina la vida y estamos muy cerca de hacerlo
en el laboratorio. Somos capaces de fabricar órganos artificiales que reemplazan
a los naturales. Podemos modificar las especies vivientes a voluntad, inclusive
dentro de no mucho tiempo, la nuestra. Estamos sondeando el cosmos con la
esperanza de hallar otros mundos habitados por especies inteligentes, y
conocemos los más íntimos detalles de la estructura de la materia. Fabricamos
máquinas que en ciertos aspectos son mucho más eficaces que el cerebro humano.
Pareciera que ya nada nos es imposible, y, en efecto, ya casi nada nos
sorprende.
Pero
también estamos impurificando la atmósfera, contaminando los mares y
destruyendo nuestros recursos naturales. Disponemos de medios de destrucción
cuya potencia rebasa los límites de nuestra imaginación y una parte sustancial
de los trabajos en ciencia y tecnología se dedican al desarrollo de armas más
sofisticadas aún.
De
cada tres hombres, dos viven en condiciones inaceptables de nutrición, vivienda
y desarrollo intelectual, el tercero vive compulsado a consumir
indiscriminadamente para evitar que la economía de su país se desmorone. Sólo
una ínfima minoría de la humanidad tiene verdadero acceso a la decisión sobre
los objetivos de la investigación científica, de la economía, de la política,
de la guerra y la cultura.
En
este sentido, la inmensa mayoría de los argentinos y latinoamericanos pertenecemos
a la parte del género humano que no tiene mayores posibilidades —actualmente—
de determinar cuáles son sus propios intereses en este campo y de solucionar
sus problemas.
La
humanidad dispone hoy de conocimientos científicos y técnicos como para terminar
con todas las necesidades más acuciantes, pero la concentración del poder
económico y político en manos de pequeños grupos privilegiados, hace que estos
recursos sólo sean utilizados en su exclusivo beneficio y, frecuentemente,
conducen a grandes poblaciones a una situación de miseria mayor que las
sufridas hasta hoy por pueblo alguno de la historia. Este divorcio entre los
resultados de la ciencia y el interés de los trabajadores tiende a profundizar
el abismo entre el investigador científico y el resto de su sociedad. Es
también el caldo de cultivo donde los dueños del poder impulsan todas las
creencias y actitudes irracionales, hacen un fetiche de las herramientas, de la
automación, de las computadoras, de las armas "científicas".
Sin
embargo, si ese divorcio habrá de concluir alguna vez, no será olvidando el
desarrollo científico alcanzado.
La
única posibilidad que tenemos de solucionarlo es haciendo partícipe de ese
desarrollo —en la discusión de objetivos, en la realización del trabajo, en el uso
de sus resultados y la discusión sobre los mismos— a la mayor parte de la
humanidad.
Y
esto no significa que todos deben especializarse en alguna rama de la ciencia,
despreciando otras formas de producción material o cultural. Significa, sí, que
si el resultado de la ciencia afecta a todos los hombres, sean o no concientes
de ello, es imprescindible que todos los hombres tengan acceso a la revisión de
sus metas, de sus ritmos, de sus logros. Una investigación que ponga su acento
en la satisfacción de los intereses de grupos sociales hoy oprimidos y
expoliados, es seguro que producirá un conjunto de resultados en matemática,
física, química, biología y medicina bastante diferentes de la ciencia que hoy
conocemos. Pero tal investigación sólo es posible si son protagonistas de ella
los pueblos interesados.
Para
conseguir esto, la ciencia no es el único, ni siquiera el principal campo de
batalla por la satisfacción de nuestras necesidades, por la cultura en un
sentido amplio. Pero es un lugar más donde se hace necesaria nuestra presencia
—crítica sobre el conjunto de su evolución, constructiva sobre los caminos que
nos interesan— si pretendemos llegar a decidir sobre nuestro futuro.
De
esta actitud, que no es exclusiva, que no puede limitarse a unos pocos autores,
queremos dar cuenta. CIENCIA NUEVA quiere ser un lugar de discusión, un lugar
desde donde se apueste a la madurez crítica para juzgar, para decidir el
desarrollo de la ciencia que hace falta. Quiere ser también un lugar de
información de la actualidad científica argentina, latinoamericana, mundial.
Pero
no es, no será, una revista de divulgación tal como ésta se suele entender:
presentar a un público pasivo el resultado de investigaciones que otros
hicieron y que no se discuten, como sí la ciencia estuviera terminada cada día
a los ojos del "profano". Sus páginas no son sólo nuestras, del grupo
de autores y editores que hoy la iniciamos, pertenecen a todos aquellos que
tengan algo que decir sobre el tema. Su éxito o su fracaso depende en realidad,
de este diálogo, de esto que solicitamos como colaboración y que se debe, como
toda la revista, a la presente generación de argentinos.