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lunes, 5 de octubre de 2015

CIENCIA DEL PUEBLO, PARA EL PUEBLO Y POR EL PUEBLO. Con el Pueblo y con la Ciencia, para el Pueblo y por la Patria oprimida...


REVIVAMOS LAS IDEAS QUE ORIGINARON CIENCIA NUEVA HACE 44 AÑOS
LA CAUSA Y LOS PRINCIPIOS SIGUEN VIGENTES...

Horacio Micucci

Ciencia Nueva era una revista de ciencias y tecnologías publicada en la Ciudad de Buenos Aires entre abril de 1971 (N° 1) y enero de 1974 (N° 29).

Transcribimos su primer editorial:

Para nuestra generación, la ciencia y la tecnología son las actividades humanas más contemporáneas. Hoy están vivos más del 90% de todos los investigadores científicos que han existido en el mundo.
Los resultados de los trabajos teóricos y experimentales se aplican con una velocidad desconocida en el tiempo de nuestros padres y abuelos.
Si pasaron 150 años entre el momento en que se descubrieron las leyes fundamentales de la expansión de los gases y su aplicación a la industria, si hubo un lapso de 100 años desde la publicación de los trabajos de Faraday sobre electricidad hasta la aparición de las máquinas industriales eléctricas, 50 años de espera entre la formulación teórica de transmisión del sonido a distancia y el invento del teléfono, bastaron 10 años desde el descubrimiento del transistor en un laboratorio hasta su utilización masiva en la pequeña radio portátil, y sólo 3 desde la fabricación del primer microcircuito integrado a su aplicación en gran escala en las máquinas computadoras.
En 1970 es ya suficientemente claro que ninguna generación tuvo sobre sus espaldas las dramáticas responsabilidades que nos obligan a nosotros a decidir cómo vivirán —y si vivirán— las generaciones venideras. Ninguna dispuso de un poder tan enorme, ni de una influencia que abarcara, como hoy, a todos los hombres de la Tierra.
Estamos dominando las enfermedades y prolongando la vida. En este momento giran alrededor de nuestro planeta centenares de satélites fabricados por el hombre y estamos enviando continuamente objetos a los más remotos lugares del sistema solar. Ya casi sabemos cómo se origina la vida y estamos muy cerca de hacerlo en el laboratorio. Somos capaces de fabricar órganos artificiales que reemplazan a los naturales. Podemos modificar las especies vivientes a voluntad, inclusive dentro de no mucho tiempo, la nuestra. Estamos sondeando el cosmos con la esperanza de hallar otros mundos habitados por especies inteligentes, y conocemos los más íntimos detalles de la estructura de la materia. Fabricamos máquinas que en ciertos aspectos son mucho más eficaces que el cerebro humano. Pareciera que ya nada nos es imposible, y, en efecto, ya casi nada nos sorprende.
Pero también estamos impurificando la atmósfera, contaminando los mares y destruyendo nuestros recursos naturales. Disponemos de medios de destrucción cuya potencia rebasa los límites de nuestra imaginación y una parte sustancial de los trabajos en ciencia y tecnología se dedican al desarrollo de armas más sofisticadas aún.
De cada tres hombres, dos viven en condiciones inaceptables de nutrición, vivienda y desarrollo intelectual, el tercero vive compulsado a consumir indiscriminadamente para evitar que la economía de su país se desmorone. Sólo una ínfima minoría de la humanidad tiene verdadero acceso a la decisión sobre los objetivos de la investigación científica, de la economía, de la política, de la guerra y la cultura.
En este sentido, la inmensa mayoría de los argentinos y latinoamericanos pertenecemos a la parte del género humano que no tiene mayores posibilidades —actualmente— de determinar cuáles son sus propios intereses en este campo y de solucionar sus problemas.
La humanidad dispone hoy de conocimientos científicos y técnicos como para terminar con todas las necesidades más acuciantes, pero la concentración del poder económico y político en manos de pequeños grupos privilegiados, hace que estos recursos sólo sean utilizados en su exclusivo beneficio y, frecuentemente, conducen a grandes poblaciones a una situación de miseria mayor que las sufridas hasta hoy por pueblo alguno de la historia. Este divorcio entre los resultados de la ciencia y el interés de los trabajadores tiende a profundizar el abismo entre el investigador científico y el resto de su sociedad. Es también el caldo de cultivo donde los dueños del poder impulsan todas las creencias y actitudes irracionales, hacen un fetiche de las herramientas, de la automación, de las computadoras, de las armas "científicas".
Sin embargo, si ese divorcio habrá de concluir alguna vez, no será olvidando el desarrollo científico alcanzado.
La única posibilidad que tenemos de solucionarlo es haciendo partícipe de ese desarrollo —en la discusión de objetivos, en la realización del trabajo, en el uso de sus resultados y la discusión sobre los mismos— a la mayor parte de la humanidad.
Y esto no significa que todos deben especializarse en alguna rama de la ciencia, despreciando otras formas de producción material o cultural. Significa, sí, que si el resultado de la ciencia afecta a todos los hombres, sean o no concientes de ello, es imprescindible que todos los hombres tengan acceso a la revisión de sus metas, de sus ritmos, de sus logros. Una investigación que ponga su acento en la satisfacción de los intereses de grupos sociales hoy oprimidos y expoliados, es seguro que producirá un conjunto de resultados en matemática, física, química, biología y medicina bastante diferentes de la ciencia que hoy conocemos. Pero tal investigación sólo es posible si son protagonistas de ella los pueblos interesados.
Para conseguir esto, la ciencia no es el único, ni siquiera el principal campo de batalla por la satisfacción de nuestras necesidades, por la cultura en un sentido amplio. Pero es un lugar más donde se hace necesaria nuestra presencia —crítica sobre el conjunto de su evolución, constructiva sobre los caminos que nos interesan— si pretendemos llegar a decidir sobre nuestro futuro.
De esta actitud, que no es exclusiva, que no puede limitarse a unos pocos autores, queremos dar cuenta. CIENCIA NUEVA quiere ser un lugar de discusión, un lugar desde donde se apueste a la madurez crítica para juzgar, para decidir el desarrollo de la ciencia que hace falta. Quiere ser también un lugar de información de la actualidad científica argentina, latinoamericana, mundial.

Pero no es, no será, una revista de divulgación tal como ésta se suele entender: presentar a un público pasivo el resultado de investigaciones que otros hicieron y que no se discuten, como sí la ciencia estuviera terminada cada día a los ojos del "profano". Sus páginas no son sólo nuestras, del grupo de autores y editores que hoy la iniciamos, pertenecen a todos aquellos que tengan algo que decir sobre el tema. Su éxito o su fracaso depende en realidad, de este diálogo, de esto que solicitamos como colaboración y que se debe, como toda la revista, a la presente generación de argentinos.

Se conformó la Unión de Científicos Comprometidos: para qué y para quién es la ciencia y la tecnología.

Se conformó la Unión de Científicos Comprometidos.
Otra ciencia es posible 
Darío Aranda | 2015
EXTRACTOS

Se conformó la Unión de Científicos Comprometidos. Un escrito de Andrés Carrasco es el origen de esta red latinoamericana que cuestiona el rol de la ciencia al servicio de las corporaciones con la complicidad del Estado.

 “El conocimiento científico y tecnológico, en particular aquel desarrollado sin el debido control social, ha contribuido a crear problemas ambientales y de salud, con alcances muchas veces catastróficos e irreversibles”.

El cuestionamiento proviene desde adentro mismo del sistema científico y es parte del documento fundacional de la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad y la Naturaleza de América Latina (Uccsnal), espacio nacido en Rosario y conformado por académicos de una decena de países. Cuestionan las políticas científicas que, desde el Estado, están al servicio del sector privado, hacen hincapié en los académicos que legitiman el extractivismo (agronegocios, minería, petróleo) y proponen una ciencia que tome como centro al pueblo: “El quehacer científico debe desarrollarse de una manera éticamente responsable y con un claro compromiso con la sociedad y la naturaleza, privilegiando los principios de sustentabilidad, equidad, democracia participativa, justicia socio- ambiental y diversidad cultural”.
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Documento
Más de treinta investigadores debatieron durante todo un día el documento constitutivo de la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad y la Naturaleza de América Latina (Uccsnal). Durante casi cinco meses habían circulado distintas versiones vía correos electrónicos, pero en Rosario se hiló aún más fino. Se consensuaron seis carillas, con un comienzo que es una declaración de principios: “En homenaje póstumo al doctor Andrés Carrasco (1946-2014). Presidente Honorario Permanente”.
Los primeros párrafos son una crítica al extractivismo y a sus justificadores: “La generación y uso del conocimiento científico tecnológico están cada vez más comprometidos con dar respuesta a las demandas de las corporaciones que impulsan el modelo que nos ha llevado a esta crisis y cada vez menos al servicio de los pueblos”.
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Entre los objetivos de la Unión de Científicos figuran el propiciar una reflexión crítica sobre la ciencia y la tecnología, promover la discusión sobre la responsabilidad de los estudiantes, científicos y académicos, y generar conocimientos orientado a acompañar y fortalecer los procesos sociales y las luchas en defensa de las comunidades y la naturaleza.
“Resulta imperativo aplicar los principios de precaución y de prevención”, resalta el documento de los científicos. Lo que implica que, ante la falta de certeza sobre el impacto de una tecnología o técnica (los transgénicos o la fractura hidráulica para extraer petróleo) se deben tomar medidas de protección para el ambiente y la salud humana. Y remarcan que es imprescindible que todo proceso de generación y aplicación de tecnologías en la sociedad “sea convalidado por la licencia social y ambiental correspondiente, fruto de legítimos procesos participativos”.
Y, ya casi al final del documento, vuelve a una pregunta tan necesaria como ausente en el modelo académico hegemónico: para qué y para quién es la ciencia y la tecnología.