SECAS E INUNDACIONES EN LA PROVINCIA DE
BUENOS AIRES.
Disertación leída el 15 de mayo de 1884 en el Instituto Geográfico
Argentino
Por FLORENTINO AMEGHINO
La cuestión de las obras de canalización y desagüe en la provincia de
Buenos Aires está a la orden del día. Los trabajos de nivelación se prosiguen
con actividad, y todos esperan con impaciencia el día en que el pico del
trabajador empiece la excavación de los canales de desagüe, destinados a
preservar de las inundaciones vastas zonas de la provincia expuestas hoy a
desbordes periódicos de las aguas que destruyen su riqueza y entorpecen el
desenvolvimiento de la ganadería.
Todos abrigan la esperanza que dichos trabajos librarán a la provincia
de las inundaciones, abriendo así el porvenir una nueva era de prosperidad y de
riqueza sin precedente entre nosotros. Por todas partes no se oye hablar sino
de proyectos de canales que den salida a las aguas que en las épocas de grandes
lluvias cubren los terrenos bajos o de poco declive. El objeto de todos esos
proyectos parece ser buscar los medios de llevar al océano lo más rápidamente
posible las aguas pluviales, con lo que se cree evitar en lo sucesivo el
desborde de los ríos y la inundación consiguiente de los terrenos adyacentes.
Aunque el entusiasmo es contagioso, esta vez no se me ha comunicado: he
permanecido frío y pensativo, reflexionando sobre las ventajas y desventajas
que reportarían los canales de desagües y he concluido por formarme la opinión
de que si ellos no son el complemento de obras más eficaces y de mayor
consideración, reportarán probablemente más perjuicios que beneficios.
Antes de emprender esos trabajos creo que sería prudente darse cuenta no
sólo de los beneficios, sino también de los perjuicios que podrían reportar
para ver si los unos compensarían a los otros.
Régimen de lluvias
Es cierto que en distinta regiones de Europa se practica el drenaje y el
desagüe de los campos en gran escala, sin que a nadie se le haya ocurrido que
pueda ser perjudicial, por ser sus beneficios demasiado evidentes. Pero es que
la constitución física de esas regiones es completamente distinta de la de
estos territorios: por consiguiente, lo que allí reporta beneficios bien puede
producir aquí perjuicios.
Allí no se conocen esas grandes secas que son a menudo el azote de esta
provincia, las lluvias son allí más regulares y el agua no escasea en ninguna
época del año. Es así muy natural que allí se dé desagüe al sobrante de las
aguas porque realmente lo hay.
Aquí no hay sobrantes. Si hoy nos ahogamos por excesiva abundancia de
agua, mañana nos morimos de sed. En tales condiciones ¿qué ventajas reportará
el desagüe de la pampa? Indudablemente importantes beneficios para una mil
leguas de terrenos anegados en las épocas normales de excedentes de lluvias,
evitando en parte en lo sucesivo las grandes pérdidas que ocasionan las
inundaciones.
Con todo, sería bueno tener presente, que esos terrenos anegadizos, si
no son utilizables en los períodos de grandes lluvias, en las épocas de grandes
secas, cuando toda la llanura se presenta desnuda de vegetación y sin agua,
constituyen éstos los únicos campos de pastoreo en donde se acumulan las
haciendas para salvarlas de la muerte.
Canales de desagües
Por otra parte, con los canales de desagüe es posible no se eviten por
completo las inundaciones como parece creerse. Las aguas excedentes de las
planicies elevadas y terrenos de poco declive corren a los ríos con lentitud,
pero es permitido suponer que por medio de los canales de desagües se
precipitaría a los cauces de los ríos o a los puntos bajos hacia donde se le
diera dirección, con mayor fuerza y prontitud. Si así sucediera, las crecientes
y desbordes se producirían con mayor rapidez que ahora pero serían de menos
duración. Las aguas no ocasionarían pérdidas de consideración en las planicies
elevadas y de poco declive, pero no dejarían de producirlas los desbordes de
los ríos y de los canales en los puntos bajos.
Sin embargo, hagamos abstracción de estas objeciones, y admitamos en
principio que las obras de desagües reportarían beneficios para los terrenos
bajos, anegadizos y expuestos a las inundaciones.
Perjuicios
Es sabido que toda cuestión tiene sus dos lados, el pro y el contra.
Entonces veamos ahora también un poco los perjuicios que ocasionaría un desagüe
perpetuo de esas mil leguas de terrenos anegadizos.
Desde luego desaguar sin límite los terrenos quiere decir privar a la
llanura de la pampa de una cantidad considerable de agua que, bien aplicada,
puede constituir una reserva preciosa para atenuar a lo menos en parte los
efectos desastrosos de las épocas de grandes secas.
Si se hiciera un cálculo de los millones de pérdida que en los últimos
treinta años han producido las inundaciones por una parte, y las secas por la
otra, se vería indudablemente que los perjuicios ocasionados por las últimas
sobrepasan en una cantidad asombrosa a los que han sido producidos por las
primeras.
No es que en la provincia de Buenos Aires no caiga agua suficiente para
fertilizar sus campos, sino que ésta se reparte de un modo muy irregular,
habiendo meses extraordinariamente secos y otros en que cae un volumen de agua
enorme; durante estos últimos se llenan los lagos y lagunas, se desbordan los
ríos, se ponen a nado hasta los cañadones que no conservan una gota de agua en
el resto del año, y se inundan vastísimas zonas de terrenos bajos o de poco
declive. Pocos meses después esas lagunas se encuentran vacías, los ríos con un
caudal de agua escaso, los arroyos y riachuelos entrecortan su curso, los
cañadones están secos, y cuando las secas se prolongan los campos antes
inundados se encuentran desnudos, sin una mata de yerba, cubiertos por un manto
de polvo finísimo. Los animales se mueren, por falta de vegetación y de agua, y
los estancieros tienen que emprender el ímprobo trabajo de cavar pozos para dar
de beber a las haciendas.
El desagüe ilimitado o perpetuo de los campos anegadizos no tan sólo
disminuirán los enormes perjuicios que sufren los hacendados en los años de
secas, sino que los aumentarán notablemente, haciendo además que algunos de
ellos se vuelvan de un carácter permanente.
Causas de las grandes secas
Los períodos de grandes secas son el resultado, por una parte, de la
irregularidad de las lluvias, y por otra parte, de que el agua que cae en los
períodos de grandes lluvias se evapora con demasiada prontitud, sin penetrar en
el subsuelo en la cantidad que sería de desear.
Si sobre ser ya demasiado rápida bajo nuestro clima la evaporación de
las aguas que en las épocas lluviosas inundan una parte considerable de la
llanura, todavía se les da desagüe completo, es natural suponer que los
períodos de grandes secas serán más frecuentes y más prolongados y producirán
efectos aún más desastrosos de los que ocasionan hasta ahora. El agua que anega
los terrenos, por los canales de desagües, iría al mar en vez de evaporarse e
infiltrarse en el suelo como hasta ahora sucede, de modo que, siendo más
escasos los vapores acuosos suspendidos en la atmósfera, serían igualmente los
vapores acuosos suspendidos en la atmósfera, serían igualmente algo más escasas
las lluvias, y sobre todo el rocío, y por consiguiente más largos y sensibles
los períodos de grandes secas. Difícil sería entonces contrarrestar los efectos
desastrosos de éstas, pues no pasa de una ilusión creer que las capas de agua
semisurgentes que cruzan el subsuelo de la provincia sean suficientes para
evitarlos. Apenas bastaría para atenuarlos proveyendo el agua necesaria para
dar de beber a las haciendas.
Además de la evaporación consiguiente, las aguas que durante una parte
del año cubren los terrenos bajos o de poco declive producen otros fenómenos de
resultados benéficos, conservan constantemente humedecido el subsuelo en el que
se infiltra una cantidad de líquido considerable que forma las vertientes que
alimentan las escasas corrientes de agua de la pampa, las cuales con los
canales de desagüe disminuirían notablemente de volumen. Las mismas aguas
pluviales abandonando la superficie del suelo con demasiada prontitud,
penetrarían en el terreno menos que ahora y en menor cantidad, de manera que
éste resentiría los efectos de las secas con mayor facilidad y prontitud.
Y no serían estos los únicos males que traería consigo el desagüe de los
campos; produciría otros cambios en las superficies de la pampa de resultados
no menos desastrosos. Las aguas corriendo con fuerza a los canales de desagües,
arroyos y riachuelos, arrastrarían consigo una cantidad considerable de
semillas lo que por sí solo bastaría para disminuir sensiblemente la vegetación
de la llanura.
La capa de tierra vegetal
Se formarían en los contornos de los canales de desagüe, lagunas y
corrientes de agua, grandes regueras en las que se precipitarían con fuerza las
aguas pluviales desnudando la superficie del terreno que escaso de vegetación
ofrecería entonces poca resistencia, de manera que la capa de tierra vegetal de
las que depende la fertilidad del suelo, y que en provincia de Buenos Aires
todos saben no es relativamente muy espesa, iría a parar poco a poco a los
canales de desagüe y de allí al océano. Este proceso de denudación, fatal para
la vegetación, se verifica actualmente en gran escala.
¿Quién no ha visto esas lomas y laderas de las cuencas de nuestros ríos
completamente desnudadas, lavadas por el agua que se ha llevado de la
superficie absolutamente todo el terreno vegetal, dejando a la vista el
pampeano rojo?
Es necesario observar las aguas turbias y cenagosas que arrastran las
corrientes de agua de la pampa en las grandes crecientes, o hacer una visita a
la embocadura del Salado o al delta del río Luján, para darse cuenta de la
inmensa cantidad de tierra vegetal que los ríos y arroyos de la provincia de
Buenos Aires arrastran anualmente al lecho del Plata o al fondo del Atlántico.
Si esto sucede actualmente, ¿qué no sucedería dando desagüe absoluto a los
terrenos de poco declive, exponiendo así a la denudación vastas superficies de
terrenos sobre las cuales las aguas no ejercen ninguna acción de transporte?
Características de nuestra llanura
La llanura argentina es en efecto una de las comarcas que tiene una capa
de humus menos espesa, más delgada todavía que la de otras llanuras que datan
de épocas geológicas más recientes, y la razón debe buscarse únicamente en la
denudación constante que las aguas pluviales ejercen sobre la superficie de los
terrenos elevados o de poco declive, pues puede observarse perfectamente que
las boyas aisladas en que la denudación es nula, o en el centro de planicies
extendidas y sin declive, la capa de tierra vegetal alcanza un espesor
considerable.
Si la enorme cantidad de materias terrosas que actualmente cada año
arrastran las aguas al océano, quedará a lo menos en parte en la superficie del
terreno, aumentaría el espesor de la tierra vegetal y con ella la fertilidad
del territorio.
Así debería buscarse el medio de disminuir la denudación de las aguas en
la superficie del suelo de una parte considerable de la provincia en vez de
tratar de aumentar de una manera asombrosa, llevándola a puntos en que hasta
ahora no se había hecho sentir, como indudablemente sucedería si se llevaran a
cabo las proyectadas obras de desagües perpetuos e ilimitados.
Los resultados inmediatos de dichas obras serían pues, una probable
disminución en la cantidad de lluvia anual, una notable disminución de la
humedad del suelo, una mayor irregularidad de las precipitaciones acuosas,
secas más intensas a intervalos menos largos, descenso de las vertientes,
disminución del caudal de agua de los ríos y riachuelos, disminución de la
vegetación a causa de la pérdida anual de una cantidad considerable de semillas
que serían arrastradas por las aguas juntamente con la tierra vegetal, lo que
convertiría la fértil pampa del sudeste en una planicie seca y estéril en su
mayor parte. ¿Y en cambio de qué compensación? De unos cuantos cientos de
leguas de terrenos anegadizos que podrán entonces ser aprovechados en los años
normales, pero que dejarían de serlo como el resto de la llanura en las épocas
de grandes secas.
Estanislao Zeballos
Es tiempo ahora de que me acuerde un poco de los que me han precedido
entreviendo la íntima relación que existe entre las secas y las inundaciones,
abrazándolas en un solo problema cuya solución debería preservarnos de unas y
otras.
De entre estos, quien lo ha hecho con mayor claridad y precisión es el
doctor Zeballos, en un capítulo de su “Estudio geológico de la provincia de
Buenos Aires” acaso el de mayor trascendencia de los que constituyen dicho
trabajo, por referirse a problemas de cuyas soluciones depende el porvenir de
toda la parte llana y sin árboles de la República Argentina.
En dicho capítulo, entre otros párrafos se encuentran los siguientes:
“La solución del problema de la seca se relaciona con esta otra cuestión muy
importante: la transformación conveniente de ciertos accidentes del terreno que
permitan utilizar las aguas que hoy día se pierden estérilmente y el medio más eficaz
de provocar las lluvias. Tiende a estos fines el sistema universalmente
adoptado de la plantación de árboles en gran escala.
Los que como yo hallan cruzado casi en su mayor extensión la provincia
de Buenos Aires, han podido notar que en el seno de la pampa abundan los
terrenos bajos aunque sin obedecer a un sistema o a una dirección uniforme. Son
hoyas aisladas cuyo fin será el levantamiento de su fondo por la acción de los
aluviones, que no cesan de continuar su obra. Aquellos bajos sirven de punto de
reunión de las aguas llovedizas. Tal es el origen de las lagunas, cañadas,
pantanos y arroyitos que abundan en el interior”.
Siendo mayor la infiltración en las tierras con cubierta vegetal, es
menor la pérdida de suelo. Lo contrario ocurre en tierras desprovistas de tal
cubierta. (del Servicio de Conservación del Suelo de los Estados Unidos de
Norteamérica).
“Nótese que esto no es regular para la pampa del sudoeste fuera de los
alcances de la población. En ella han señalado algunos viajeros regiones estériles
e improductivas en las cuales la uniformidad de la sábana no es interrumpida ni
por manantiales ni por lagunas ni por arroyos, aquellas regiones rechazan la
vida. En las regiones de sudeste, al contrario, las aguas se depositan en la
forma indicada y abundantemente”.
“Me preocupaba al observarlo de la esterilidad absoluta de estas. Ellas
no tienen salida de una laguna para otra, ni las cañadas se unen por lo
general, ni los arroyitos reciben aquel caudal con que podrían ensancharse y
aumentar el de los arroyos y de los ríos de que son afluentes, fertilizando a
la vez las tierras que recorrían;
mientras que ahora las zonas fertilizadas por esas aguas paradas no son de
importancia”.
“Preocupado con estos fenómenos he llegado a adquirir la convicción de
que es necesario un estudio oficial serio y profundo de los hechos que he
señalado, para constatar si sería posible y de fácil realización algún trabajo
que permitiese aprovechar las aguas estancadas del sudeste que son las ricas y
más pobladas, ya dándoles giros para que aumenten el caudal de los ríos, ya
destinándolas a la irrigación de los terrenos adyacentes”.
“El problema se puede simplificar y enunciarlo así: aprovechar las aguas
que afluyen a las depresiones de la pampa y que se pierden en su seno: problema
de solución interesante, sin perjuicio de las medidas generales, que reputo
indispensables para combatir las secar y sus efectos”.
Esto escribía el doctor Zeballos en 1876.
Una solución integral
Es ciertamente extraordinario que en un asunto de tal importancia y
después de haber sido puesta la cuestión a la orden del día con tanta precisión
y claridad, hayan pasado 8 años sin que nadie se ocupe de la verdadera solución
del problema, dirigiendo todas sus miradas hacia una sola de sus partes, el
desagüe simple e ilimitado de los terrenos que, como acabo de repetirlo, hará
más frecuentes, más intensos, más prolongados y más desastrosos, los períodos
de grandes secas.
Las observaciones sobre la cantidad de lluvia anual que cae en la
provincia de Buenos Aires son aún muy
escasas y localizadas, pero suficientes para demostrar que si bien cae acá un
volumen de agua bastante menor que en un gran numero de comarcas del antiguo y
nuevo mundo notables por su gran fertilidad, bastaría sin embargo para asegurar
la fertilidad de la pampa y las cosechas todos los años y en todas las
estaciones, sin las precipitaciones acuosas ya en forma de lluvia, ya en forma
de fuertes rocíos, se efectuarán de un modo más regular.
No tenemos agua de sobra, sino tan sólo la bastante si toda ella pudiera
ser aprovechable.
Luego dar desagüe ilimitado a las aguas que cubren en ciertas épocas los
terrenos de la pampa, sería desperdiciar sin provecho una cantidad enorme de
líquido indispensable a la fertilidad del país.
Las inundaciones son sin duda una calamidad, pero las secas desastrosas
que de períodos en períodos más o menos largos que azotan la pampa son una
calamidad mucho mayor, y deshacerse de la una para ser más intensos los
desastres que produce la otra, es buscar un resultado absolutamente negativo.
El verdadero problema a resolver sería entonces tratar de evitar tan
sólo las inundaciones excesivas en las épocas anormales de grandes lluvias y
evitar las secas, pero esto no se obtendrá por los simples canales de desagües
ni aunque se combinen con algunos grandes receptáculos de agua en los puntos
bajos.
Debería pues plantearse el problema de
este modo:
“Establecer los medios para poder dar desagüe en los casos urgentes a aquellos
terrenos anegadizos expuestos al peligro de una inundación completa durante una
época de excesivas lluvias, pero impedir este desagüe en las estaciones de
lluvias menos intensas, y sobre todo en regiones expuestas a inundaciones
parciales o limitadas y aprovechar las aguas que sobran en tales épocas para
fertilizar los campos en las estaciones de secas, ejecutando trabajos que
impidan que esas aguas inunden los terrenos bajos sin necesidad de darles
desagües a los grandes ríos ni al océano.
Islotes testigos
Dadas las condiciones físicas presentes y pasadas del territorio
argentino, es permitido suponer que desde épocas geológicas pasadas, quizá
desde los tiempos terciarios, las lluvias en nuestro territorio fueran ya
irregulares.
Sin embargo, razones distintas harían creer también que nunca lo fueron
tanto como en estos últimos dos siglos y que las grandes lluvias nunca
ejercieron con más fuerza su acción desnudadora sobre el suelo.
En los partidos de Luján, Mercedes, Pilar, Capilla del Señor, etc.,
conozco kilómetros cuadrados de terrenos completamente denudados por las aguas
pluviales que se han llevado la tierra negra dejando a descubierto el pampeano
rojo.
Sin embargo, en medio de esas planicies sin vegetación y cubiertas de
toscas rodadas arrancadas al terreno subyacente, se ven acá y allá, como
islotes en el océano, pequeños montecillos de tierra vegetal de 30 a 0 cm de espesor que las aguas
han respetado conteniendo en su interior vestigios de la industria india
mezclados a veces con huesos de caballo.
Luego es evidente que esos islotes o montecillos formaban parte de una
capa de terreno vegetal continuada de un espesor de 30 a 40 cm que se presenta aún
intacta en los primeros tiempos de la conquista, datando de entonces la enorme
denudación que ha arrastrado a la tierra negra, dejando tan sólo acá y allá
pequeños manchones que después de 200 años debían servir de testimonio de la
acción desnudadora de las aguas.
Destrucción de pajonales
La causa que después de la conquista ha acelerado la denudación del
terreno vegetal superficial y ha hecho sin duda que las precipitaciones acuosas
sean más irregulares, es la destrucción de los inmensos pajonales, que en otros
tiempos cubrían una parte considerable de la provincia. Esos pajonales anulaban
casi por completo la acción desnudadoras de las aguas sobre la superficie del
suelo, retenían en él una parte considerable de las aguas pluviales y por
consiguiente un grado de humedad considerable aún en los estíos más calurosos,
lo que sin duda daba a las precipitaciones acuosas una cierta regularidad de
que ahora carecen.
Aunque se haya exagerado la influencia que ejercen las arboledas sobre
el clima y la lluvia, no por eso podría negarse que su cooperación sea nula.
Desde unos 20 años a esta parte las arboledas se han multiplicado notablemente
en las llanuras de Buenos Aires antes desnudas, aunque no todavía en la
proporción que sería de desear. Sin embargo, es de suponer que esas arboledas
ejerzan ya una cierta influencia sobre el clima y las lluvias y que a ellas se
deba quizás en parte que en el período citado hayan ido disminuyendo
gradualmente los años de grandes secas y aumentando en la misma proporción los
años lluviosos.
Si este resultado se ha obtenido, casi podría decirse inconscientemente
plantando árboles al acaso según las conveniencias personales de cada uno,
indudablemente aumentando las plantaciones en gran escala combinada con otros
trabajos, como ser canales de desagües y de navegación, represas en las
corrientes de agua que cruzan los terrenos elevados, estanques y lagunas
artificiales, según un cierto plan que se trazara de antemano, se llegaría a
modificar por completo las condiciones climáticas de la pampa del sudeste. Los
inviernos serían entonces más húmedos aunque menos fríos, y los veranos no tan
calurosos, menos secos y con fuertes rocíos contribuirían poderosamente a
fertilizar las tierras. Entonces no habría secas y por consiguiente tampoco
habría peligro en abrir un pequeño número de canales de desagües suplementarios
a los ríos actuales, por lo que en caso de lluvias verdaderamente
extraordinarias se pudiera conducir al océano el excedente de las aguas,
evitando así los desastres de una inundación.
Pero esos canales deberían estar construidos de manera que sólo den
desagüe a los campos inundados en los casos excepcionales aludidos, evitando el
desagüe en todo el resto del año para conjurar los peligros de las secas y la
esterilidad de los campos que resultarían de un desagüe ilimitado y perfecto.
En las épocas de grandes lluvias que se suceden a menudo después de
secas prolongadas, el agua se precipita de los puntos elevados a los puntos
bajos corriendo sobre la superficie del terreno y penetrando en el tan sólo una
pequeña cantidad, de modo que el subsuelo queda casi tan seco y tan ávido de
humedad como antes de la lluvia. El agua se acumula en los puntos bajos y de
poco declive, en donde forma charcos y pantanos o cubre el suelo con una capa
de agua poco profunda. El fondo de estos charcos está generalmente constituido
por una capa de lodo negro, arcilloso e impermeable que impide generalmente la
infiltración de las aguas en el subsuelo, teniendo así éstas que permanecer
allí desaguándose lentamente en los ríos y arroyos cuyos cauces son entonces
muy estrechos para llevar al océano el considerable caudal de agua que reciben
de los campos vecinos.
Rápida evaporación
Esas capas de aguas profundas reciben directamente los rayos solares a
los que presentan una vasta superficie lo que hace que se evaporen con un a
prontitud asombrosa. De esos vapores acuosos sólo una muy pequeña cantidad
vuelve a condensarse en lluvias y rocíos en la misma comarca; la mayor parte es
transportada por los vientos a regiones distantes, perdiéndose así para la
provincia esa cantidad de líquido que ha de necesitar algunos meses después.
Las aguas estancadas que no encuentran desagüe y que sólo disminuyen por la
evaporación pronto se calientan, las materias vegetales que se encuentran en el
fondo se descomponen, se forman charcos de agua pútrida y pantanosa que poco
tiempo después se secan a su vez, y pasados unos cuantos meses esos campos poco
antes inundados se encuentran sin una gota de agua, sufriendo a veces secas
espantosas, y mostrando la superficie del suelo surcada por grietas
entreabiertas producidas por la contracción del barro arcilloso al perder la
humedad evaporada por los rayos solares.
Para evitar estos desastrosos defectos que tantos millones de pérdida
ocasionan todos los años es preciso tratar de impedir tanto cuanto sea posible
el desagüe de los campos a los ríos y al océano dando tan sólo desagüe
inmediato a estos terrenos sumamente bajos que quedan completamente sumergidos
en las épocas de grandes lluvias y que no sea posible preservarlos de las
inundaciones de otro modo; es preciso buscar el medio de aprovechar las aguas
que caen en esos aguaceros torrenciales de modo que sean benéficos todo el año;
es preciso evitar la evaporación rápida de esas mismas aguas y reducirlas de
manera que ocupen la menor extensión posible; es necesario tratar de aumentar
la permeabilidad del terreno para que se infiltren en él; y es por último
necesario evitar que las aguas de los puntos altos se precipiten de los bajos
inundándolos, buscando los medios de retener la mayor cantidad posible en los
terrenos elevados en donde serán de mayor utilidad que en los puntos bajos.
Pero todo esto formaría un conjunto de obras que sería preciso llevar a
cabo según cierto plan, cuya ejecución requeriría indudablemente un espacio de
tiempo considerable y durante él sería una verdadera imprudencia quedar
completamente desarmados ante el peligro de las inundaciones que adquieren de
día mayores proporciones.
Los trabajos indispensables
Debería pues empezarse por los trabajos absolutamente indispensables
para reducir dentro de estrechos límites los desbordes de los ríos y arroyos
que cruzan los puntos más bajos del territorio en dirección al Atlántico, y
ellos no serían de difícil ejecución ni de muy elevado costo.
Hay obstáculos naturales fáciles de remover que impiden el pronto
desagüe del caudal de agua que arrastran el Salado, el Samborombón y otros
arroyos y riachuelos que entran al Plata y al Atlántico. Son las barras de
arena que la lucha constante durante siglos de las aguas de esas corrientes con
las del Plata y del Atlántico ha formado en la embocadura del Salado, y otros
arroyos de consideración. Empiécese por remover esos obstáculos y el desagüe
natural se efectuará inmediatamente con mayor facilidad y rapidez.
Otra parte de la zona baja de terreno adyacente al Salado, se inunda por
recibir todo el caudal de agua que arrastran numerosos arroyos que descienden
desde las alturas de las sierras vecinas e interrumpen luego su curso
perdiéndose en la llanura. Cuando sobrevienen lluvias torrenciales llevan un
volumen de agua enorme que, no pudiendo ser absorbido en el terreno en que se
pierde, se extiende sobre su superficie sumergiendo la comarca, fenómeno que se
puede evitar fácilmente llevando a cabo en poco tiempo lo que aún no pudo hacer
la naturaleza en miles de años: completar el curso de esos arroyos cuando sus
cauces y prolongándolos siguiendo los declives naturales del terreno hasta
llevar el caudal de sus aguas al Salado o al Atlántico.
Grandes cañadones
Por fin, existen en esos mismos puntos de largas fajas de terrenos
bajos, ya anegadizos durante una parte considerable de años, especie de grandes
cañadones en los que las aguas aún no han conseguido trazarse un cauce bien
delimitado.
Preséntanse secos en algunas épocas, pero en los períodos de lluvias
ocupan una vasta superficie porque el territorio falto de declive y cubierto
por juncos y otros vegetales acuáticos no puede desaguarse con prontitud, ni
existe un cauce bastante profundo que pueda recibir el sobrante de las aguas.
En estos casos deberá cavarse el cauce que todavía no consiguieron formar,
haciéndolo igualmente seguir por los declives naturales del terreno hasta el
río o depósito de agua más cercana.
Practicados estos primeros trabajos, estaríamos ya a salvo de las
inundaciones extraordinarias y podría emprenderse sin peligro inminente la
larga y ardua tarea de modificar la constitución física de la llanura
bonaerense, de modo que no sufra en los sucesivo los efectos devastadores de
las inundaciones periódicas, ni queden ya expuestas a los efectos desastrosos
de las secas.
Hemos visto que las inundaciones son el resultado de las aguas que de
los puntos altos se precipitan en los bajos y que las secas provienen de que
las aguas abandonan los terrenos elevados con demasiada prontitud sin tener
tiempo de infiltrarse en el suelo en cantidad suficiente para conservarlo
humedecido en el estío. Es entonces evidente que las inundaciones se evitarían
haciendo de modo que las aguas de los puntos altos no se precipiten en los
bajos conservándolas en los puntos elevados. Así se evitarían las secas, si en
lugar de dejar correr esas aguas de los puntos altos a las hondonadas, se les
diera dirección hacia estanques artificiales situados sobre las laderas de los
terrenos elevados, en donde se conservarían, fertilizando la comarca con sus
infiltraciones continuas y los vapores acuosos que de ellos se elevarían en la
atmósfera en todas las épocas del año.
No se anegarían los terrenos bajos ni aún en las épocas de más grandes
lluvias y serían mucho más reducidos esos desbordes de os ríos que tanto
perjuicio ocasionan.
Con la apertura y prolongación de los cauces de los arroyos sin desagüe
que se pierden en la llanura se habría formado un desagüe continuo que privaría
a esas regiones del agua que se infiltra en el suelo en los puntos en donde se
pierde el curso de la mencionada corriente.
Construcción de represas
Habría pues que construir en los canales artificiales represas con
compuertas que pudieran abrirse en las épocas de lluvias y grandes crecientes,
pero que impidieran el desagüe en épocas normales.
Se extenderán luego estos trabajos al curso superior correntoso de los
mismos arroyos, formando una serie de estanque que se sucedieran de distancia
en distancia, ya en forma de esclusas que permitieran a la navegación ya en
forma de simples represas construidas de manera de que se pudiera aprovechar el
agua como fuerza motriz para la instalación de molinos u otras industrias, y
con compuertas para poder hacerse otro tanto con las demás corrientes de agua
en toda la provincia, siempre que lo permita un suficiente declive de terreno.
Esos estanques conservarían en los terrenos elevados una gran parte de
las aguas pluviales, que, no pudiendo ir a aumentar las inundaciones en los
bajos se evaporaría allí lentamente y se infiltraría en el terreno aumentando
la fertilidad de los campos vecinos.
En otros puntos del territorio bonaerense, como por ejemplo los bajos
donde se pierden hasta ahora los arroyos sin desagüe, o esas hoyas, aisladas de
la pampa que no tienen salida hacia ningún río o arroyo, deberíanse aprovechar
los accidentes naturales del terreno para formar en ellos grandes depósitos de
agua con canales de desagüe y compuertas que sólo se abrirían en casos de
peligro de desbordes e inundaciones por causa de excesiva abundancia de agua.
En los demás puntos de la provincia en donde no hay lagunas y que las
corrientes de agua son escasas, deberían formarse lagunas artificiales que
recogieran el sobrante de las aguas pluviales de los terrenos circunvecinos.
Esos estanques deberían tener una profundidad igual a aquella a la que se
encuentra el agua en el estío en los mismos puntos, para que no se secaran en
ninguna estación.
Cavados en el terreno pampeano, permeable en sumo grado, aunque por
efecto de fuertes lluvias se llenaran completamente de agua, no permanecerían
llenas largo tiempo, la infiltración a través de las barrancas laterales pronto
la haría desaparecer, conservando tan sólo agua en su fondo, siempre que la
profundidad del estanque alcanzara hasta las napas de aguas subterráneas, más
superficiales y los hacendados tendrían así en sus campos aguadas permanentes
durante todo el año, aún en las épocas de mayor sequía.
Multiplicar las lagunas artificiales
Tales obras para que dieran el resultado buscado, que sería modificar
las condiciones físicas y climatológicas de la llanura deberían extenderse a
todo el territorio de la provincia, multiplicando las lagunas artificiales por
millares, sobre todo la parte de la llanura que carece de lagunas, y de
preferencia en todos los terrenos elevados y de poco declive en los que se
entraran aguas estancadas.
En todos los puntos en donde hay un bañado o un pantano, en vez de darle
desagüe desecando por completo el área que ocupa, debería tratar de reducir su
superficie aumentando la profundidad, es decir, haciendo un estanque o laguna
artificial.
Es sabido que las lagunas actuales tienden evidentemente a secarse y
desaparecer con una prontitud de la que sólo puede darse cuenta quien las haya
observado de cerca durante un cierto número de años. Esta desecación de las
lagunas es el resultado de causas complejas que sería ahora demasiado largo
explicar, pero entre las que puedo mencionar como desempeñando un rol
preponderante, la denudación que las aguas pluviales ejercen sobre los terrenos
adyacentes de los que lavan la superficie transportando la tierra al fondo de
las lagunas, y el desmoronamiento de las barrancas producido por las olas que
atacan su base.
Las lagunas que tienden a desaparecer por las materias ferrosas que las
aguas trasportan a ellas desde los terrenos circunvecinos desaparecen,
disminuyendo gradualmente su perímetro y profundidad. Las que por el contrario
tienden a desaparecer principalmente por el desmoronamiento de las barrancas
que las dominan atacadas en su base por las olas, disminuyen igualmente de
profundidad pero aumentan de perímetro.
En ambos casos, el resultado final e inevitable de este proceso es la
desaparición de la laguna. Y si se piensa que este fenómeno de rellenamiento y
desecación se halla en pleno proceso de actividad en todas las lagunas de la
pampa, uno no puede menos que hacer tristes reflexiones sobre el porvenir de la
llanura argentina el día en que hubieran desaparecido los estanques naturales
de que está sembrada buena parte de su superficie.
Felizmente, debemos suponer que la inteligencia, la actividad y la
constancia de sus hijos, sabrá encontrar los medios de conjurar este peligro
del futuro convirtiéndola al contrario en una tierra de promisión.
Las lagunas artificiales que se hicieran en la llanura bonaerense se
verían inmediatamente expuestas a los mismos efectos y resultado que las
actuales, y como éstas estarían destinadas a desaparecer en un futuro no muy
lejano.
Es necesario buscar el medio de contrarrestar ese proceso de
rellenamiento, no tan sólo sobre los estanques artificiales a crearse, sino
también sobre las lagunas actuales, pues se vuelve ya de urgente necesidad
impedir que continúe su rellenamiento y desecación. Y eso sólo podrá obtenerse
combinando todos los trabajos mencionados con la plantación de arboleda en
grande escala que impida la denudación del terreno y desmoronamiento de las
barrancas y cuya benéfica influencia sobre la vegetación y aún sobre el clima
es innegable.
Dragado y plantación de árboles
Debería dragarse el fondo de las grandes agunas actuales para sacar todo
el lodo que en ellas se ha depositado, y luego tanto éstas como las que se
hicieran artificiales, deberían rodearse de grandes arboledas, que impidieran
el desmoronamiento de las barrancas y contrarrestaran la fuerza desnudadora de
las aguas pluviales sobre la comarca adyacente. Para abrevar las haciendas se
dejarían entradas que dieran acceso a la laguna por medio de un plano inclinado
de pendiente suave cortado en la barranca de modo que los animales no pudieran
echar a perder las riberas y sólo pudieran internarse en la laguna lo
suficiente para beber.
Las arboledas deberían además disponerse de manera que formaran rodeo
todo alrededor de los estanques y lagunas: así después cuando los árboles ya
fueran algo crecidos se podrían tener las haciendas y las majadas al abrigo de
las intemperies de una llanura desnuda, y se dispondría de cuadros magníficos
para cultivos de hortalizas al abrigo de todos los vientos.
Cubrir la llanura bonaerense de represas, estanques y lagunas
artificiales combinadas con canales y plantaciones de arboledas en gran escala
sería indudablemente una obra más colosal que la proyectada de desagüe simple e ilimitado, pero de
resultados benéficos que permitirían un enorme desarrollo de la ganadería y la
agricultura que no estarían ya expuestas a los azares de las inundaciones y las
secas, y aumentarían de un modo extraordinario el valor de las tierras en
beneficio de cada uno y de la comunidad; mientras que le proyecto de desagüe
simple e ilimitado no tan sólo no reportaría tales ventajas sino que por
razones que hace un instante acabo de manifestar, creo daría resultados
desastrosos.
El proyecto de mejoramiento de la pampa que no he hecho más que exponer
en sus grandes líneas, no sería sin duda una obra que pudiera ejecutarse en
unos cuantos años; pero sí, cada propietario de grandes áreas de campo en vez
de dejar llevar a las peonadas durante una parte considerable del año, una vida
de holgazanes, los obligara a reducir a reducir dentro de estrechos límites los
bañados de sus campos cavando estanques artificiales, con plantaciones de
árboles en derredor y con la tierra que removiesen hiciera nivelar y levantar
el resto de los bañados; si por otra parte los gobiernos ayudaran esos trabajos
estimulando a los propietarios que más se distinguieran en ello, y dedicando a
esas obras recursos especiales, es seguro que al cabo de 20 años habríanse
modificado por completo las condiciones físico-climatológicas de la llanura.
Terrenos aprovechables
Vastas zonas de terrenos anegadizos serían entonces aprovechables: los
terrenos altos expuestos ahora a las grandes secas estarían sembrados de
numerosas lagunas de agua permanente de modo que nunca se sintiera su escasez;
las aguas de los puntos elevados en vez de precipitarse en los bajos se
reunirían en depósitos artificiales de donde se infiltrarían en el terreno poco
a poco fertilizando los campos circunvecinos en vez de desaparecer tan
rápidamente como ahora sucede, y por medio de canales de irrigación podrían ser
aprovechables para la agricultura; la mayor infiltración de las aguas y su
constancia durante todo el año haría subir las vertientes que serían igualmente
más caudalosas de modo que los ríos y los arroyos en vez de disminuir el caudal
de sus aguas como ahora sucede, lo aumentarían notablemente; la grandísima
cantidad de agua reunida en estos estanques no presentaría una superficie
bastante extensa para producir una evaporación extraordinaria en un corto
espacio de tiempo, pero ello sería más regular durante todo el año, lo que
juntamente con las arboledas haría que las precipitaciones acuosas,
particularmente en forma de rocío, fueran más regulares como no lo son ahora,
evitándose así tanto los períodos de intensa seca, como las inundaciones
periódicas que actualmente son el azote de una parte considerable de la
provincia.
Señores: he tratado de presentaros la solución del problema antes
formado, puede ser que esté en error, pero en todo caso me daría por muy
satisfecho si con lo dicho pudiera llamar la atención de los interesados que
son los propietarios de las grandes áreas de terreno que sufren las
inundaciones, amenazados a mi entender con otra calamidad mayor, que sería la
seca y la esterilidad de los campos, hacia las proyectadas obras de desagüe
simple e ilimitado.
Meditad sobre las consideraciones expuestas que podría ampliar y
extender con numerosos datos en caso de que fuera necesario, y si no queréis
imponeros a resultados imprevistos, antes de que se suspendan las proyectadas
obras de desagüe reclamad del gobierno el nombramiento de una comisión de
ingenieros, geólogos y profesores de física, para que informe sobre los cambios
geológicos, físicos y climatéricos, que un desagüe ilimitado y continuo de los
campos anegadizos puede producir en la provincia de Buenos Aires, y sobre los
medios que podrían emplearse para evitar las secas y las inundaciones.
Por mi parte me había propuesto juzgar la cuestión bajo el punto de
vista puramente geológico, único de mi competencia; pero el problema está tan
íntimamente ligado a hechos físico-meteorológicos que he tenido a menudo que
salir de mi terreno. Os pido por ello disculpas, rogándoos queráis creer que sólo
me ha guiado el deseo de ver fértiles, ricas, prósperas y pobladas estas bellas
llanuras porteñas en que me he criado recorriéndolas y a cuyo estudio geológico
he consagrado la mayor parte de mi vida.
Se puede obtener una versión completa de su obra:
LAS SECAS E INUNDACIONES EN LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES en:
http://www.efn.unc.edu.ar/otros/bibliocentro/index_archivos/62-Ameghino.pdf