Hoy, 7 de
marzo se cumplen 107 años del nacimiento del Dr. Ramón Carrillo. Para los
patriotas y mujeres y hombres del pueblo sus ideas siguen vigentes. Algunas de
sus frases muestran esa actualidad.
Muchos lo
citan en sus discursos pero los gobiernos, incluso aquellos que dicen tener su
misma filiación política, jamás volvieron a aplicar sus ideas.
Como ejemplo de lo realizado en el período en que
se ocupó de la salud en la República Argentina, enumeramos algo de la obra del
Dr. Carrillo frente a esta cartera de Salud Pública. Llevó a cabo acciones sin
parangón hasta nuestros días.
Aumentó el
número de camas existentes en el país, de 66.300 en 1946 a 132.000 en 1954.
Erradicó, en sólo dos años, enfermedades endémicas como el paludismo, con
campañas intensas. Hizo desaparecer prácticamente la sífilis y las
enfermedades venéreas. Creó 234 hospitales o policlínicos gratuitos. Disminuyó
el índice de mortalidad por tuberculosis de 130 por 100.000 a 36 por 100.000.
Terminó con epidemias como el tifus y la brucelosis. Redujo el índice de
mortalidad infantil del 90 por mil a 56 por mil.
Repasando algunas
de sus palabras, cualquier hombre de nuestra Patria comprenderá que esta política
de salud que él proponía no se aplica ni se aplicó después de él.
Sus Obras
Completas siguen sin reeditarse. De tal manera se niega a las nuevas
generaciones el conocimiento de sus ideas y sus hechos. Los responsables de que
esto ocurra saben porqué. Tenemos la íntima convicción de que esto ocurre
porque (como con otros patriotas ocultados de nuestra historia) los
protagonistas del presente no resisten la comparación con Ramón Carrillo. Algunos
se visten de progresismo y lo citan en encendidos discursos pero la realidad
sanitaria de nuestro pueblo demuestra que no tuvieron ni tienen la intención de
continuar su camino.
A continuación
transcribimos algunas de sus palabras (ideas y hechos). Más abajo transcribimos
también un extenso párrafo del libro (de imprescindible lectura) Ramón Carrillo. El hombre... El médico... El
sanitarista escrito por su hermano Arturo.
“Estoy decidido a que, Dios mediante, los hospitales argentinos no
sean sólo casas de enfermedad, sino casas de salud, de acuerdo con la nueva
orientación de la medicina, la
cual tiende a evitar que el sano se enferme, o a vigilar al sano para tomarlo
al comienzo de cualquier padecimiento cuando éste es fácilmente curable.
En otros términos, trataremos primero de transformar los hospitales
-que actualmente son centro de cura-, en centros de medicina preventiva; y
luego, en una segunda etapa, cuando se organicen las obras complementarias de higiene,
de asistencia y recuperación social, para que sean verdaderos centros de salud.”
“Mientras los médicos sigamos viendo enfermedades y olvidemos al
enfermo como una unidad biológica, psicológica y social, seremos simples
zapateros remendones de la personalidad humana."
"Debemos pensar que el enfermo es un hombre que es también un
padre de familia, un individuo que trabaja y que sufre; y que todas esas
circunstancias influyen, a veces, mucho más que una determinada cantidad de
glucosa en la sangre. Así humanizaremos la medicina."
"En una sociedad no deben ni pueden existir clases sociales
definidas por índices económicos. El hombre no es un ser económico. Lo
económico hace en él a su necesidad, no a su dignidad."
"Todos los hombres tienen igual derecho a la vida y a la
salud."
"De nada sirven las conquistas de la técnica médica si ésta no
puede llegar al pueblo por los medios adecuados."
"Los problemas de la Medicina como rama del Estado, no pueden
resolverse si la política sanitaria no está respaldada por una política social.
Del mismo modo que no puede haber una política social sin una economía
organizada en beneficio de la mayoría." "Solo sirven las conquistas
científicas sobre la salud si éstas son accesibles al pueblo."
'Frente a las enfermedades que genera la miseria, frente a la
tristeza, la angustia y el infortunio social de los pueblos, los microbios,
como causas de enfermedad, son unas pobres causas.'
Ramón
Carrillo murió lejos de la Patria y en la mayor pobreza; así se expresaba en la
ultima carta a su amigo, el periodista Segundo Ponzio Godoy:
Mi querido Ponzio:
Yo no sé cuánto tiempo más voy a vivir, posiblemente poco, salvo un
milagro. También puedo quedar inutilizado y sólo vivir algo más. Ahora estoy
con todas mis facultades mentales claras y lúcidas y quiero nombrarte el
albacea de mi buen nombre y honor. Quiero que no dudes de mi honradez, pues
puedes poner las manos en el fuego por mí. He vivido galgueando y si examinas
mi declaración de bienes y mi presentación a la Comisión Investigadora,
encontrarás la clave de muchas cosas. Vos mismo intuiste con certeza lo que
pasaba en mí y me ofreciste unos pesos. Por pudor siempre oculté mis angustias
económicas, pero nunca recurrí a ningún procedimiento ilícito, que estaba a mi
alcance y no lo hice por congénita configuración moral y mental. Eran cosas
que mi espíritu no podía superar.
Ahora vivo en la mayor pobreza, mayor de la que nadie puede
imaginar, y sobrevivo gracias a la caridad de un amigo. Por orgullo no puedo
exhibir mi miseria a nadie, ni a mi familia, pero si a un hermano como vos, que
quizás (conociéndome) puedas comprenderme.
No tengo la certeza de que algún día alcance a defenderme solo,
pero en todo caso si yo desaparezco, queda mi obra y queda la verdad sobre mi
gigantesco esfuerzo donde dejé mi vida.
Esta obra debe ser reconocida y yo no puedo pasar a la historia
como un malversador y ladrón de nafta. Mis ex colaboradores conocen la verdad y
la severidad con que manejé las cosas dentro de un tremendo mundo de angustias
e infamias. Ellos pueden ayudarte.
Mi capacidad de trabajo está muy reducida; vivo como médico rural
en una aldea. Ahora de nuevo me quedé sin puesto, pues la Compañía donde
actuaba levantó campamento. A mí, poco a poco, se me han cerrado las puertas
y no pasa un día que no reciba un golpe. Poco a poco mi organismo ha comenzado
a desintegrarse definitivamente. He aceptado todo con la resignación que me es
característica. No tengo odios y he juzgado y tratado a los hombres siempre por
su lado bueno, buscando el rincón que en cada uno de nosotros alberga el soplo
divino.
El tiempo y solo el implacable tiempo, dirá si tuve razón o no al
escribirte esta carta, ya que en el horizonte de mis afectos, no veo a nadie
más capaz que vos de tomar esta tarea cuando llegue el momento, que llegará,
cuando las pasiones encuentren su justo nivel.
Belém do Pará, 6 de septiembre de 1956.
Ramón
La personalidad del hombre y sus ideales
Por Arturo Carrillo [Del libro (de imprescindible
lectura) Ramón Carrillo. El hombre... El médico... El sanitarista]
El hombre
Nuestra intención es destacar la natural forma de ser y pensar de
Ramón, así como su inteligencia y creatividad. Tenía muy claro que sus
conocimientos debían estar al servicio de la gente y en primer lugar de los más
necesitados: por ello se imponía exagerada actividad intelectual, para plasmar
en el papel y luego en los hechos sus ideas creativas.
Este comportamiento, muchas veces obsesivo, lo volcó por ejemplo a la
organización de la Cátedra de Neurocirugía así como el Instituto para la
formación de neurocirujanos. Esta conquista gratificó su vocación docente.
Miraba a sus semejantes por el lado bueno y era fácil ser su amigo.
Nunca se enojaba con nadie, salvo con él mismo.
Sensato y sensible, en todo lo que realizaba intentaba ayudar
humanitariamente, utilizando a la vez sus profundos conocimientos científicos.
Un ejemplo de sensibilidad emocional y honesta conducta se trasunta en su
última carta, escrita a su amigo Ponzio unos días antes de padecer el infarto
cerebral que lo llevó a la muerte.
La febril actividad que desplegó fue una lucha contra el tiempo;
tenemos la seguridad que presentía que su vida sería corta...
La infancia provinciana
Nació el 7 de marzo de 1906 en la ciudad de Santiago del Estero, en la
casa familiar ubicada en la calle Córdoba número 49, a dos cuadras de la Plaza
Libertad.
Era hijo de don Ramón Carrillo, profesor (docente egresado de la
Escuela Normal de Paraná), periodista y político (tres veces diputado
provincial) y de doña María Salomé Gómez Carrillo.
Era el mayor de los once hermanos que componían el resto de la familia.
Su bisabuelo, don Marcos Carrillo, había sido un oficial español que cayó
prisionero del General Manuel Belgrano en la batalla de Salta. Posteriormente,
en 1819, fue liberado y se casó con doña Ascensión Taboada, para radicarse
finalmente en la ciudad mediterránea. Así comenzó la estirpe Carrillo de la que
nacería Ramón.
Realizó sus estudios primarios en la Escuela Normal "Manuel
Belgrano", de la precitada ciudad. Fue un alumno corriente hasta que
rindió en carácter de libre los grados quinto y sexto; ello le permitió
adelantarse e ingresar al Colegio Nacional de Santiago del Estero a la edad de
doce años. Durante esta etapa publicó una monografía histórica, "Juan
Felipe Ibarra: su vida y su tiempo", con la que ganó una medalla de oro,
premio instituido por las "Damas Patricias" de su provincia (1922);
contaba dieciséis años de edad. Poco después presentó otro trabajo, "Glosa
de los servidores humildes", en el cual se vislumbra su idea de la
necesidad de protección de la vejez. En 1923, a los diecisiete años, egresó como
Bachiller con medalla de oro.
Fue desde siempre lector tenaz y persona estudiosa, pero eso no le
impedía ser comunicativo y sociable: disfrutaba de los ocios correspondientes a
su edad, junto con sus amigos. En lo que respecta a su familia, compartía junto
a sus padres la responsabilidad de educar a sus hermanos.
Su formación médica y científica
En 1924 se dirigió a Buenos Aires, impulsado por su vocación por la
medicina; ingresó a la Facultad de Ciencias Médicas de Buenos Aires a la edad
de dieciocho años. En 1927 obtuvo por concurso el cargo de practicante en el
Hospital Nacional de Clínicas, situación que duraría hasta 1929. Durante esos
años tuvo de compañeros a estudiantes que posteriormente sobresalieron en el
mundo de las ciencias médicas. Entre otros, cabe mencionar a los doctores
Dickmann, Solanet, Piñero, Rezzano, Marottoli, Rothman y Jeanmaire.
A los veintitrés años de edad, en 1929, se recibió de médico, con
medalla de oro por sus notas: diecinueve sobresalientes y ocho distinguidos.
Por Tesis de Doctorado le fue entregado el "Premio Facultad".
El Profesor Dr. Jose Arce ofició de "Maestro" y amigo en el
Instituto de Clínica Quirúrgica. En dicho lugar también se relacionó con el Dr.
Manuel Balado y tomó contacto con la neurocirugía, especialidad a la que se
dedicó de lleno, convirtiéndose primero en uno de los discípulos del Dr. Balado
y luego en su colaborador más allegado. Durante este período inició sus
primeros trabajos basados en la técnica ideada por el Dr. Balado
(yodoventriculografía) y publicó sus dos primeros trabajos profesionales,
iniciando una serie de publicaciones sobre este original procedimiento que
luego culminaría en su obra de doctorado. Como ya se recordó antes, esta obtuvo
el premio "Facultad", por concurso: mereció mención especial en el
premio de "Ciencias" del año 1928. Completó su formación en la
especialidad con el Profesor Argañaraz, estudiando neurooftalmología, y con el
Profesor Elíseo Segura para clínica otoneurológica, ambas vinculadas a la
cirugía neurológica.
En 1930, sobre la base de sus antecedentes, obtuvo la beca
universitaria reglamentada por la "Ordenanza Butti" para realizar
estudios de postgrado, los que eligió llevar a cabo en Amsterdam con Ariens
Kappers y Brouwer; en París, con Guillain; y en Berlín con Carl Vogt,
especializándose en neuropatología. Fueron tres años intensos de investigación
sobre esclerosis cerebral, polineuritis experimental, mecanismo de las
impregnaciones, técnicas de coloración del tejido cerebral y estudios sobre
anatomía comparada. En octubre de 1932, pese a sus escasos veinticuatro años,
Ramón participó muy activamente en el Primer Congreso de Neurología, en Berna,
Suiza. Mientras tanto observaba atentamente la escena sociopolítica europea. En
1933, 1934, 1935 y 1936 prosiguió sus investigaciones sobre histología del
sistema nervioso, con Ramón y Cajal y Pío del Río Hortega.
A su regreso de Europa, a fines de 1933, los doctores Arce y Balado le
confiaron de inmediato la organización del Laboratorio de Neuropatología del
Instituto de Clínica Quirúrgica, lo que pudo ejecutar dividiendo su tiempo
entre la neurocirugía a la mañana y el laboratorio a la tarde. Durante ocho
años trabajó "full-time" en estas actividades, pues no tenía
consultorio privado. Es decir que durante todos esos años posteriores a su
graduación se dedicó exclusivamente a la investigación y estudio de las materias
básicas de su especialidad y a la elaboración de numerosos trabajos
científicos, de la misma orientación, manteniendo estrecha relación e
intercambios de informaciones profesionales con los investigadores de la
escuela neurobiológica argentina en el Hospital de Alienadas y el Hospicio de
la Mercedes, luego hospitales Moyano y Borda. Nunca, ni siendo ministro, dejó
de visitarlos e interesarse por sus investigaciones, y hasta con aumentada
vigilancia cuando quien escribe este libro fue segundo jefe del Laboratorio del
Hospicio, dirigido entonces por el Dr. Braulio Moyano.
Alternaba por esos años su formación científica con una sólida
actividad humanista, cultural y política. Sin descuidar sus estudios,
"vive la bohemia literaria y filosófica de los cafetines de Buenos
Aires". Leía a Enrique Banchs, Jose Pedroni, Horacio Quiroga y Leopoldo
Lugones; se relacionó con Armando y Enrique Santos Discépolo; entabló
entrañable amistad con Homero Manzi, condiscípulo de infancia; y manifestó una
definida inclinación por la pintura argentina, iniciando la formación de una
importante pinacoteca. Políticamente abrevaba en el nacionalismo de la década
del 30: advirtió que somos un país cultural, mental y económicamente
colonizado, tomando conciencia de que se hallan dispersas las fuerzas capaces
de esclarecer y modificar esa situación.
Homero Nicolás Manzione (Homero Manzi) también santiagueño – de
Añatuya, localidad a la que él llamaba Añamía – fue en 1935 uno de los
fundadores de FORJA, agrupación que bajo el lema "Somos una Argentina
colonial, queremos ser una Argentina libre" denunció el sometimiento del
gobierno. "Santiago del Estero no es una provincia pobre, sino una
provincia empobrecida", decía reclamando las cuatro P (Patria, Pan y Poder
al Pueblo). Fue expulsado de la Facultad de Derecho, exonerado como Profesor de
Literatura y silenciado como poeta. Pero "si por sus ideas le cerraban el
camino a ser hombre de letras, él se dedicó a hacer letras para los
hombres" y se transformó en Homero Manzi. "Mientras Buenos Aires,
abriendo cada día más su puerta a la entrada del alma ajena, desoía las voces
de la tierra … [e]l santiagueño ama en primera instancia a su tierra, tiene una
patria chica para ubicar su corazón. Conoce su cielo, abierto y celeste durante
el día cuando apenas lo transitan el sol y las majaditas de nubes blancas, oscuro
y profundo en la noche, cuando los tachonan los tucu-tucu inmóviles de las
estrellas. … Buenos Aires vive sorda a la belleza que destila este polo
mediterráneo en la silenciosa colmena de su vida espiritual. La gran ciudad del
Plata, enceguecida de orgullo por las caricias de la gloria material, no sabe
que lejos de ella hay argentinos que aparentan las majadas de la leyenda".
Pese a ello Manzi captó y plasmó no pocos arquetipos del tango porteño. Manzi
estaba convencido del triunfo de la cultura nacional sobre la colonización
cultural: "Todo lo que cruzaba el mar, era mejor; y cuando no teníamos
salvación apareció lo popular para salvarnos, creación de pueblo, tenacidad de
pueblo. … Por eso yo, ante ese drama de ser hombre del mundo, de ser hombre de
América, de ser hombre argentino, me he impuesto la tarea de amar todo lo que
nace del pueblo, de amar todo lo que llega al pueblo, de amar todo lo que
escucha el pueblo." Declaró en 1947: "Perón es el reconductor de la
obra inconclusa de Yrigoyen. Mientras siga siendo así, nosotros continuaremos
creyéndole, seremos solidarios con la causa de su revolución que es
esencialmente nuestra propia causa. Nosotros no somos ni oficialistas ni
opositores: somos revolucionarios".
Enrique Santos Discépolo "era el perno del humorismo porteño,
engrasado por la angustia" (N. Olivari). De angustia se dejó morir al
reducir muchísimo su alimentación por varios meses, muerte discepoliana si las
hay. Falleció la víspera de Navidad de 1951, con apenas cincuenta años de edad,
mes y medio después que el presidente Perón atribuyera su reelección del once
de noviembre al voto femenino y a la difusión radial hecha por Discépolo. El
peronismo le había devuelto las ilusiones, ya que Discépolo lo concebía como
pura y exigible solidaridad. Su amistad con Evita y con Carrillo fue el
elemento esencial para ratificar esta concepción. Así, una de las causas de la
depresión del popularísimo poeta, escritor, actor y músico (centro) fueron los
ataques recibidos por esa adhesión al peronismo. Dijo de él Manzi "Te
duele como propia la cicatriz ajena" – y por eso se murió de espanto ante
un siglo veinte que se le patentizaba absurdamente insolidario, febril,
obstinado en destruirse, sin rumbo y sin moral. Su esposa Tania evocaba así el
final: "Se fue muriendo de ganas, de amargura, renunció a la redada
tanguera de la madrugada, a la que me acostumbró toda la vida. Dejó de comer...
llegó a pesar treinta y siete kilos y a revivir en aisladas ironías:
"Pronto las inyecciones me las van a poner en el sobretodo", fue una
de las más risueñamente patéticas". Su hermano Armando, creador del género
teatral conocido como "grotesco criollo", le sobrevivió veinte años.
Cuando en 1937 falleció nuestro padre, Ramón tomó a cuatro hermanos
menores a su cargo: los trajo a Buenos Aires para que iniciasen sus estudios
universitarios, todos a Medicina. Éramos Santiago, Alfredo, Marco Aurelio y yo.
Alfredo no pudo continuar, porque una enfermedad que tuvo no le permitía
trabajar con pacientes.
A partir de 1939 se hizo cargo del Servicio de Neurología y
Neurocirugía del Hospital Militar Central. Su trabajo le permitió tomar
contacto con la documentación clínica de miles de jóvenes de veinte años,
aspirantes al servicio militar procedentes de todo el país. Comprobó allí los
altos porcentajes de ineptitud física que se originaban principalmente en las
provincias pobres y postergadas. Estos datos ratificaron su antigua sospecha
acerca del desmoronamiento del interior criollo.
El problema le preocupó y en consecuencia promovió ante todo un estudio
estadístico, para determinar la cantidad de camas disponibles por cada mil
habitantes en todo el territorio nacional. Los resultados de la encuesta,
realizada por intermedio del Instituto Geográfico Militar dependiente del
Ministerio de Guerra, evidenciaron grandes desniveles entre las diferentes
provincias y territorios: desde 9,61 camas por mil habitantes en la Capital
Federal, 4,66 por mil en la provincia de Buenos Aires, 0,88 por mil en el
territorio nacional de Misiones y 0,00 por mil en la Gobernación de los Andes.
En general, la existencia de establecimientos con servicios de
internación era privilegio de las grandes ciudades. Aun así, los hospitales
gratuitos del Estado o las sociedades de beneficencia se desenvolvían en
condiciones precarias, por falta de personal, alimentación, medicamentos e
instrumental. Las zonas rurales estaban totalmente desprotegidas de asistencia
hospitalaria y el país, en su conjunto, contaba sólo con el 45 por ciento de
las camas necesarias. Los centros hospitalarios conservaban el espíritu de
caridad que las sociedades de beneficencia le habían impreso desde el siglo
anterior: muy alejado, más allá de sus buenas intenciones, del carácter de
servicio público que debían tener.
Al crearse la Cátedra de Neurocirugía en 1937 con la titularidad del
profesor Balado, Carrillo accedió en 1941 como Profesor adjunto. En 1942, al
morir el profesor Manuel Balado, se presentó al concurso para optar a la
Cátedra de Profesor Titular de Neurocirugía que hasta entonces aquel ejerciera,
con un folleto de antecedentes y trabajos que conformaban una acabada
demostración de su talento. Realizó un interinato de unos meses y luego recibió
la confirmación, a los 35 años.
En su conferencia inaugural sostuvo que la formación del neurocirujano
debía ser estricta y muy cuidadosa, puesto que se requería del profesional que
abrazara esa especialidad una extraordinaria capacidad técnica, salud física,
gran entrenamiento intelectual y vastos conocimientos adquiridos metódicamente.
Debía tener además el espíritu abierto a todos los vientos, "amasado el
corazón"; no gritar, como el Mefistófeles de Goethe, "Nada sé decir
del sol y de los mundos; sólo miro cómo sufren los hombres".
"No señores", decía Ramón en aquel primer contacto con sus
alumnos, "debemos abrir nuestros brazos al mundo y dirigir los ojos al
sol. Debe ser el neurocirujano un hombre capaz de ocultar su triste destino al
que ya no espera nada, manteniéndole el último destello de una ilusión.
Cualquier espíritu noble estará con Santo Tomás: es preferible un sentimiento
que consuela a una verdad que ilumina".
Terminó su alocución con estas palabras: "Vosotros, desinteresados
en las contiendas, limpios de los estigmas de las ambiciones, caeréis con
sorpresa en las encrucijadas; el tiempo os despeñará del mundo de los sueños a
los ásperos caminos de la vida. Entonces los más nobles sentimientos se pervierten
en el vaso impuro del corazón humano si un ideal altruista y de trabajo no lo
embalsama, purificándolo del mal de las codicias y de la convicción
materialista de que la vida es botín legitimo del más fuerte".
La neurocirugía y especialmente la técnica neuroquirúrgica experimentó
considerable evolución a partir de 1944 y las operaciones de técnicas avanzadas
se empezaron a realizar sin inconvenientes. Por su extraordinaria dimensión, es
imposible sintetizar aquí la labor desarrollada en diez años en el Instituto de
Neurocirugía. La antigua revista "Archivos de Neurocirugía", que se
publicó bajo la diligente atención del maestro Balado hasta su desaparición,
volvió a salir rejuvenecida, siendo por aquella época la única publicación en
Latinoamérica de este tipo.
El Costa Buero
Una vez que se hizo cargo de la Cátedra de Neurocirugía que funcionaba
en el Pabellón Costa Buero y sabiendo que en tan pequeño espacio su cátedra no
podría funcionar, consiguió que la familia Costa Buero le donara el edificio, logrando
así plasmar este proyecto.
Fundó y a partir de 1944 dirigió el Instituto Nacional de Neurocirugía.
Fue elegido Consejero de la Facultad de Medicina en 1944 y luego Decano
Interino en 1945. Fue el creador, organizador y primer Presidente de la Escuela
de Postgraduados en la Facultad de Medicina, con orientación hacia la medicina
social y preventiva. Fue fundador de la Sociedad Argentina de Historia de la
Medicina, publicó 140 monografías sobre temás vinculados a la neurología,
psiquiatría, histología y patología del sistema nervioso, con especial
referencia a la neurocirugía y a la historia de la medicina.
Al ocupar la Cátedra de Neurocirugía continuaron acompañándolo figuras
de estimable valor dentro de la especialidad y materias afines, como las de los
Drs. Esteban Adrogué, Manuel Oribe, Ramón Pardal, Tomás Insausti, Julio Ghersi
y Fermín Barcala. A estos se agregaron los doctores Juan C. Christensen, Raúl
Matera, Raúl Carrea, J. Day, Roberto Chescota, Ángel Cammarotta, H. Villar,
Horacio Caste, Julián Prado y Magín Diez. Posteriormente se sumó una generación
de médicos jóvenes, entre los que se destacan Francisco Rubén Perino, Lorenzo
Amezúa, Diego Luis Outes, Aldo Martino, Julio César Ortíz de Zárate, Eduardo
Mendizábal, Rogelio Driollet Laspiur, Miguel Ragone, sus hermanos Arturo y
Santiago Carrillo y otros. A su solicitud, concurrió a organizar la Sección
Neuroradiología el Dr. Manuel Zamboni, prestigiado radiólogo del Hospital de
Clínicas.
Con tal núcleo de profesionales, en su mayoría jóvenes, a los 36 años
comenzó el Dr. Ramón Carrillo su labor docente, asistencial y de investigación
en la Cátedra. Fue un maestro en el más alto sentido de la palabra; no sólo
enseñaba, formaba. De ello dan fe sus muchos discípulos y colegas que
posteriormente pasaron por el Instituto. Por su acción, la neurocirugía
argentina honra a la Patria y trascendió sus fronteras.
En 1945, por su iniciativa y la de los doctores Alejandro Schroeder del
Uruguay, Elíseo Paglioli del Brasil y Alfonso Asenjo de Chile, se proyectaron
los congresos Latinoamericanos de Neurocirugía, que a partir de entonces cada
dos años se desarrollan con todo éxito.
Pensamiento y personalidad (apostillas)
La impuesta postergación y la pobreza de Santiago del Estero le hacían
decir con ironía que sólo los santiagueños habían aprendido a amar
desinteresadamente.
Era tan fácil relacionarse con él como difícil sustraerse al brillo de
su inteligencia. Su sonrisa era una mano tendida hacia el semejante. Tenía la
enorme virtud de ser serio sin seriedades. Sensible, abierto a todos los rumbos
de la inquietud intelectual, demostraba una curiosidad insaciable para aquello
que se evidenciara como conquista del genio de la especie.
Optimista impenitente, creía en el Creador – y en el hombre hecho a su
imagen y semejanza. Nunca se le escuchó una queja sobre lo que le habían hecho
ni sobre las desilusiones padecidas, y ¡vaya si debió soportar ataques,
vilipendios y odios!
Todos sus escritos y obras, estaban impregnadas de un extraordinario
sentido humanista y cristiano. Su primera publicación "El Elogio de los
Humildes", la encabezó con una frase de Heráclito: "Todo fluye y todo
corre, nadie ha atravesado dos veces el mismo río". Su formación
filosófica la había sedimentado al lado de su padre, completándola con la
lectura de libros clásicos de los que son típicos la "Filosofía Positiva",
"La Divina Comedia", el Fausto, "El Paraíso Perdido" de
Milton, "Don Quijote de la Mancha" y la Biblia.
Quería un país de los argentinos para todos los argentinos. No
aceptaba, por ejemplo, la primogenitura de Buenos Aires y el melancólico ritmo
de avance del Interior. No era empero antiporteño, aunque no ignoraba que
Buenos Aires impone los intereses del puerto y de sus beneficiarios nacionales
y extranjeros sobre y contra el país en su conjunto. Intuía que las legiones de
"cabecitas negras" que arribaban a Buenos Aires eran adelantados del
tiempo nuevo y que su acción, desde las fábricas, alcanzaría los objetivos que
las armas no consiguieron.
Pensaba en eso y alguna vez supo decimos que Buenos Aires no era sólo
un puerto para que ingresaran mercadería y capitales extranjeros, sino la gran
base técnico-industrial para autoabastecernos y asegurar, junto al resto del
país, nuestra libre determinación.
Es difícil sintetizar brevemente su polifacética actividad como ser
humano, médico distinguido y original creador de técnicas y concepciones
científicas, así como organizador sanitario y revolucionario creador de una
sanidad argentina con características propias. Pero no destacar su personalidad
dejaría una injusta y fría recopilación cronológica de su actividad. Es por eso
que comenzaremos por relatar su vida como la historia de un soñador, de un
hombre de ciencia argentino, con fuerte vocación de servir al pueblo de su
Patria, que tuvo la suerte y la oportunidad de materializar en gran parte ese
sueño. Esta tarea la realizó durante los últimos ocho años de su vida con el
entusiasmo, el vigor y la entrega total de su genio creador.
¿Cómo era Carrillo, físicamente?
"Ramón era negro; justamente el 'Negro' Carrillo – recuerda Jorge
Farías Gómez – "y puede decirse que era feo y hasta muy feo, lo cual de
primera intención no se concilia con la idea de que era atractivo para las
mujeres. Pero Ramón sabía interesar a las mujeres con su talento, inteligencia,
comprensión y su variado repertorio de conocimientos".
Se casó con Susana Pomar cuando ya era ministro, apadrinado por Perón y
por su esposa Eva Duarte. Corría el año 1946. Tenía cuarenta años y Susana, a
quien había conocido como alumna en un colegio donde dictaba clases, veintiuno.
Juntos habitaron la casa de French 3036.
A él le perdonaban todos los errores. Frecuentemente parecía que no
atendía y que se dispersaba. "No lo molesten" decían sus amigos,
"está pensando". Efectivamente era así y fue así el resto de su vida.
Estas "distracciones" no deben considerarse defectos, sino como un
comportamiento errático de la atención, sobre todo si son breves; son
frecuentes en personas muy inteligentes.
Tal es así que una vez que se disponía a visitar a su novia Susana
Pomar, residente en Castelar, se le ocurrió llevar a su sobrino Marcelito de 5
años, para que lo conociesen. Tomaron el tren en la estación de Once y Ramón
bajó en Castelar, pues la casa de Susana se ubicaba frente a la estación; pero
en un pequeño descuido … sí, "se olvidó el chico en el tren". Tuvo
que salir corriendo en un taxi desesperadamente, hasta que lo pudo rescatar en
la estación siguiente... Olvidarse el lugar donde estacionaba el auto y darlo
por perdido era hecho frecuente. Pero nunca perdió uno, pues siempre alguien se
lo localizaba...
La febril actividad – en la que vivió, dada su extraordinaria capacidad
de trabajo – lo mantuvo, generalmente, al margen de pequeñeces y de miserias
humanas. Por muchos años el laboratorio y el microscopio fueron sus compañeros
inseparables; jamás tuvo envidia de nada ni de nadie. Por el contrario, vivió
deslumbrado por la belleza y la grandiosidad del mundo.
Poseía memoria extraordinaria, casi fotográfica y su "gran
pasión" fueron los libros, a los que consideraba como su mejor venero de
trabajo. Pero sí bien formó una biblioteca especializada en medicina, historia,
filosofía y filosofía de las ciencias, también había allí todo tipo de libros:
hasta novelas policiales, que siempre fueron uno de sus pasatiempos.
Tenía una gran responsabilidad en el cumplimiento de su trabajo. Las
tareas hospitalarias eran sus preferidas. No generaba problemas y mantenía una
gran armonía con el personal. Con los grandes maestros de la medicina de su
época, existía una fluida y cordial amistad. Muchos de ellos llegaron a ser
valiosos consejeros en su actividad, tales como Braulio Moyano, Roque Orlando,
German H. Dickman, Ramón Melgar y otros notables. Con los amigos no médicos,
los de la bohemia, se distendía y disfrutaba: muchos eran periodistas,
escritores, pintores, poetas y músicos; alguno, médico y famoso cantor.
Generalmente se reunían en un salón que les facilitaba don Natalio
Botana, una parte de las oficinas del diario "Crítica". Pero no era
su costumbre trasnochar; madrugaba por sus tares hospitalarias y el ejercicio
de su profesión.
Ramón, Alfredo, Marco Aurelio, Santiago y yo vivíamos en Arroyo 1073
hasta que nos emplazaron a dejar el lugar, debido a que la casa estaba en el
trayecto del trazado de la futura Av. 9 de Julio; nos mudamos a French 3036.
Constituimos una sociedad fraternal unida, con funciones específicas en el
manejo de la vivienda. Era una casa de hombres, más los amigos y compañeros de
estudio, un verdadero "club de caballeros". Nunca hubo problemas ni
conflictos. No obstante, ante semejante hogar, mi madre resolvió trasladarse de
Santiago del Estero junto a dos hijas solteras, Marta Elena y Carmen (La
Chata), ambas dedicadas al magisterio. La Mamita por su edad y educación no
concebía que en un hogar faltaran las mujeres. Así fue que se reconstituyó el
núcleo familiar, tal como se lo concebía en tiempos de antaño.
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