CARTA ABIERTA A MARGARET THATCHER
Mendoza 13 de Julio de 1982
Sra. Margaret Thatcher
10 Doening Street Londres - Inglaterra
Distinguida Señora:
Soy María Delicia Rearte de Giachino, de 59 años de edad,
argentina, madre de cinco hijos, esposa de mi maravilloso hombre y abuela de
seis nietos.
Uno de mis hijos es el Capitán de Fragata de Infantería de
Marina, Pedro Edgardo Giachino, muerto el 2 de abril en la Gesta de
Recuperación de las Islas Malvinas. Mi hijo tenía al morir 34 años de edad.
Deja una joven viuda y dos hijas de nueve y ocho años.
Además de todo esto, tan frío y donde está condensada la
vida física de un hombre, hay algo superior, algo intangible, pero real, que
nos sofoca. ¿No es cierto? Algo a lo que no nos podemos sustraer, cuando la
muerte, abate una vida joven.
Las que somos madres, como lo es usted, como lo soy yo,
sabemos que un hijo, es un ser que al nacer, sigue unido a nuestro vientre con
hilos invisibles, de tal consistencia, que todos sus movimientos, a través de
su vida, nos arrastran tras él, corriendo, tropezando, cayendo, cruzando mares
y fronteras, dolores y alegrías.
Pero estar ante su cadáver, vivir después de su muerte, es
el más brutal tormento que puede soportar una mujer. ¿Puede comprenderlo? Yo la
acompañé cuando su hijo se perdió en el desierto. La vi desesperada, supe de su
angustia, me alegré con su retorno, vivo.
Señora: ¿qué piensa usted, de nosotras, las madres
argentinas, que vagamos ahora por el mundo, con esos hilos invisibles, de tal
consistencia, colgando de nuestros vientres vacíos? ¿Qué siente usted, por las
madres inglesas, que lloran con lágrimas, que hablan todas un mismo idioma?
¿Llora con nosotras? ¿Son sus noches blancas rondadas por fantasmas de
juventudes mutiladas? ¿Se hizo alguna vez preguntas como éstas? Ese suelo de
Malvinas empapado por la sangre de nuestros hijos, ¿podrá ser pisado por usted,
sin que ella le salpique el corazón? ¿Cree que podrá soportar mucho tiempo el
peso del dolor de tantas madres? ¿No buscará desesperadamente, en cualquier
momento, que alguno de cuantos la rodean, la considere mujer? ¿Se avergüenza de
serlo?
Mi hijo fue el primero que cayó. ¿Por qué siguió matando?
¡Basta! Esas islas son nuestras y ahora por siempre jamás. Usted lo sabe.
Déjelas. Déjenos a los argentinos que vivamos con lo nuestro. Permita a este
dolor, convertirse en sonrisa. Que las madres argentinas podamos ir a besar la
tierra donde cayeron nuestros hijos. Le prometo, que también lo haremos con los
suyos, solos, ahora, en suelo argentino.
Señora, mi hijo ha muerto. Pero su valor, su entrega, su
hombría viven. Yo sufro, pero miro de frente a quienes lo mataron. Usted, tiene
poder, pero estoy segura, que ante mi, bajaría la vista. Todavía está a tiempo,
para que las dos, nos estrechemos en un abrazo. No lo olvide. Seamos ahora,
sólo dos madres.
Respetuosamente
María Delicia Rearte de Giachino
NUEVA CARTA ABIERTA A LA SRA. MARGARET
THATCHER
Mendoza, 9 de enero de 1983
Señora Thatcher:
El 13 de julio de 1982, hice llegar a usted una carta. Era
la carta de una mujer sufriente, en representación de todas las que llevan
sobre sus hombros, con orgullo, la pesada Cruz del dolor, que trajo como
consecuencia la heroica gesta argentina de recuperación de las Malvinas e Islas
del Atlántico Sur. Esa carta, era misericordiosa, cristiana. Me dijeron que
usted no podría entenderla. Que sus sentimientos son incapaces de captar los
matices de amor.
Hoy usted, desafiando las más elementales leyes de la caridad, puso sus
pies en nuestras Islas.
¿Son el poder y la fuerza las únicas armas que sabe
esgrimir? ¿No le importa el desprecio de todas las mujeres el mundo? ¿Sabe que
en cada argentina que llora, tiene una enemiga? ¿Sabe que las inglesas que
lloran, la detestan? ¡No le importa!
Su bello césped en Puerto Argentino, tiene ahora hojitas
celestes y blancas. ¿No las ve? La comprendo. Usted sólo ve las hojitas rojas,
tintas en sangre, que estoy segura le salpican el corazón.
Nosotras, sí vemos las celestes y blancas, desde acá, de tan
lejos y tan cerca: celestes y blancas como nuestra bandera, que quedó impresa
en la retina de los que murieron, cuando flameaba, allí, frente a esa casa
adonde usted, ahora, intenta dormir.
En esa casa, cayó mi hijo. En esa calle que transita, en ese
mar que contempla, en ese aire que respira, en ese bocado que lleva a su boca,
allí están y por siempre, los dedos acusadores, los ojos implacables de los
jóvenes argentinos, que, llenos sus pechos de amor a su Patria, en cumplimiento
de un deber Superior, los ofrecieron heroicamente a la metralla, de las fuerzas
más poderosas de la tierra.
Usted ganó, señora. Triste victoria la suya. Su vanidad está
satisfecha. No hacía falta tal demostración de poder. Las Malvinas son
Argentinas. Usted lo sabe y ahora más que nunca porque sus tierras fueron
holladas por la Dama de Hierro.
María Delicia Rearte de Giachino
No hay comentarios:
Publicar un comentario