El presidente chino, Xi Jinping, calificó las
relaciones entre su país y África como una "cooperación entre
ganadores" en ocasión de su reciente gira por el continente, dirigida a
reforzar las alianzas geopolíticas y financieras entre las dos zonas.
La mayoría de los analistas occidentales, sin embargo,
considera que en este idilio Pekín es el único beneficiado.
Lamido Sanusi, el gobernador del banco central
nigeriano, hace unas semanas se unió a estas críticas en
un artículo en el Financial Times, y acusó a China de explotar los recursos
naturales africanos e incrementar la exportación de sus productos, sin crear
oportunidades de trabajo para la mano de obra local, ni transferir competencias
y tecnologías.
China empezó a penetrar en el continente al final de
los años 80, mientras muchas potencias occidentales se dirigían hacia el Este
europeo. Hoy día, pese a que el coste del trabajo no difiera mucho entre las
dos zonas, África se ha convertido en un destino muy apetecible para los
inversores chinos, gracias a iniciativas como la 'tarifa cero', que excluye a
algunos bienes de aranceles. Sus flujos comerciales se han multiplicado por
veinte en apenas 12 años, hasta rozar los 156.000 millones de euros en el
pasado ejercicio.
Las inversiones chinas en África (12.480 millones de
euros acumulados en 2012) se centran sobre todo en el sector primario y a
menudo incluyen empresas estatales, como la petrolera CNOOC.
Una carretera a cambio de petróleo
Suráfrica es el mayor receptor de la zona, seguido por Sudán, Nigeria,
Zambia y Argelia, donde Pekín se atribuye el 80% de los contratos de
infraestructura firmados en los últimos años. Los acuerdos millonarios más
recientes datan de finales de marzo, cuando Xi se comprometió a la construcción
de una carretera de más de 500 kilómetros en el Congo a cambio de petróleo
y a erigir un complejo industrial y un puerto en Tanzania. La sombra de China
se extiende hasta Zimbabue y Sierra Leona, dos países considerados de riesgo
por Europa.
El gigante asiático es, además, el país que ofrece más créditos a los
países africanos en desarrollo, con un compromiso de 15.477 millones de euros
para los próximos tres años. Sus préstamos son baratos, al mismo tiempo que no
interfiere con los asuntos nacionales, ni impone condiciones como el Banco
Mundial o el Fondo Monetario Internacional, haciendo la vista gorda respecto a
las violaciones de derechos humanos o la protección del medioambiente.
Los casos se cuentan por decenas. La ONG Human Rights Watch, por
ejemplo, denuncia la vulneración de los derechos de los mineros empleados en
Zambia por cuatro filiales de la china CNMC, una empresa de propiedad estatal.
Pese a que en el último año las condiciones de los trabajadores han mejorado en
cuanto a horarios (con la eliminación de los turnos de doce horas) o al derecho
de asociación, los mineros siguen actuando en un entorno peligroso y se ven
amenazados por sus superiores al reclamar sus derechos.
Peter Brosshard, director de políticas de la ONG, dice:
"Muchos proyectos chinos en África han tenido un impacto medioambiental
muy grave por una serie de razones. Las compañías de este país operan en
sectores como la minería o las infraestructuras hidrológicas, de alto riesgo
desde este punto de vista. Se han sumado tarde al juego y por eso han tenido
que embarcarse en proyectos en regiones remotas o especialmente peligrosas.
Estas empresas, además, consideran que la tutela del medioambiente incumbe
exclusivamente a los gobiernos locales", explica.
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