Martes 25 de septiembre de 2012 | Publicado en edición impresa
Opinion
Escuelas públicas para todos y todas
Por Gabriel Levinas | Para LA
NACION
No recuerdo el origen de la propuesta que le sugerí a Elisa Carrió en
una charla en 2001 respecto de que su equipo estudiara la posibilidad de
proponer una ley en el Congreso, que seguramente iba a fracasar, pero que tenía
como finalidad poner en discusión dos temas fundamentales: la salud y la
educación.
La idea era simple: los funcionarios estatales, ministros, secretarios
de Estado, subsecretarios, intendentes, legisladores, etcétera, como condición
ineludible para ocupar sus respectivos cargos, deberían mandar a sus hijos a la
escuela pública, como también atender su salud y la de su familia en hospitales
estatales (cuando fue senador, Chico Buarque hizo una propuesta similar para
Brasil).
Sería una forma segura de garantizar que en ambas áreas recuperáramos la
calidad y excelencia que alguna vez tuvimos. Por supuesto que tal sugerencia no
pasó más allá de esa conversación; que yo sepa, ARI nunca llegó a estudiar la
propuesta.
De todos modos, con la imposición o sin ella, y con el resultado de las
distintas políticas pertinentes (si llamarlas políticas no resulta una metáfora
algo arriesgada), la precaria situación de la salud y de la educación salta a
la vista. Por un lado, una clara migración de alumnos hacia escuelas privadas,
un deterioro en materia educativa a niveles alarmantes y otro tanto en la salud
pública. Ni la propia presidenta de la Nación ni su familia se aproximan a un
hospital público aunque se trate de una infección de rodilla.
Si hay alguien que está asociado de manera inmediata al diseño educativo
vigente es el actual senador Daniel Filmus. Desde la época de Menem, y junto
con el intendente Grosso, intervino fuertemente en la planificación de la
escuela pública. Fue luego el principal asesor de Susana Decibe durante el
menemismo y, finalmente, ganador del récord Guinness al proyecto educativo más
veloz, cuando tuvo que terminarlo en pocos meses para poder candidatearse como
jefe de gobierno de la ciudad tras exhibir el despropósito como mérito.
Pero, ¿qué podía importarle a Filmus cuáles serían las consecuencias de
esa nueva ley si sus hijos estaban resguardados de ellas en una cómoda escuela
privada? Pero Filmus no es el único que nos señala desde el ejemplo de su
conducta que, si nos alcanza el dinero, no mandemos a nuestros hijos a la
escuela pública: Susana Decibe, Cristina Kirchner, Mauricio Macri, Esteban
Bullrich, Alfonso Prat-Gay, Federico Pinedo, Horacio Rodríguez Larreta, Ricardo
Echegaray y una larga lista de legisladores y funcionarios confirman con su
decisión personal lo que toda la sociedad ve y sufre: que el compromiso con la
educación pública, para muchos, no pasa de los discursos o, en el mejor de los
casos, de las buenas intenciones, esas que pueden olvidarse.
Mientras tanto, un alto porcentaje de jóvenes termina la escuela
secundaria sin tener siquiera el nivel de comprensión para entender un manual
de instrucciones. Los alumnos de la escuela privada casi no tienen que sufrir
las interrupciones sistemáticas de sus estudios por huelgas, tienen un mayor
acompañamiento institucional durante su trayectoria y cuentan con equipos
estables para los proyectos pedagógicos.
Los funcionarios, especialmente los de Educación, seguramente no
desconocen que cuando la escuela pública es abandonada por la clase media, se
perjudican más los chicos de menos recursos, porque también se aprende de la
interacción con el grupo, y si éste es cada vez más homogéneo? Aun sabiendo
esto, los hombres que hacen las políticas públicas eligen para sus hijos el
refugio privado.
¿Sería distinta la escuela pública de hoy, sería mejor la calidad de la
salud, si el Congreso se atreviera a obligar a quienes ocupan cargos públicos a
hacer uso de los servicios educativos y hospitalarios que ofrece el Estado?
Difícil es saberlo, aunque uno imagina que, seguramente, habrían desarrollado
un compromiso más firme con la educación que declaman defender, si en esas
aulas, con esas maestras y esos recursos pedagógicos fueran a educarse sus
propios hijos.
Por ahora han elegido una conducta similar a la del tero, que defiende
el nido en un lugar alejado de donde se encuentran sus crías para despistar al
predador. En este caso, mandan a la ciudadanía a escuelas y hospitales que
diseñan y administran, pero que ellos mismos se cuidan bien de utilizar.
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