Jueves
30 de agosto de 2012 | Publicado en edición impresa
Estrategias de dominación
Por Diana Kordon y Lucila Edelman | Para
LA NACION
En momentos en los que circulan
pronunciamientos de sectores de la cultura en favor de la re-reelección
presidencial, se actualiza la cuestión de las estrategias oficiales de
dominación para incidir en las subjetividades colectivas.
Desde la perspectiva de esos sectores de la cultura que
apoyan la re-reelección, Cristina Fernández sería una líder irreemplazable de
un proceso de transformaciones sociales profundas que se estaría desarrollando
en la Argentina y, por ese motivo, objeto central del ataque de los grandes
poderes, en particular del poder mediático.
La re-reelección vendría a garantizar la continuidad del
"Proyecto", definido como nacional y popular -o si se quiere,
progresista-, una premisa, o más bien "una verdad", que reclama ser
motivo de creencia, ya que sus contenidos nunca se formularon claramente ni se
expusieron al debate público.
Después de casi una década de gobierno, se impone entonces
la pregunta de qué es lo que ha cambiado. Obviamente ha cambiado la composición
del grupo hegemónico en el poder. Pero no sólo no se ha modificado la
dependencia, sino que cada vez es mayor la penetración y concentración de las
corporaciones y la extranjerización de la tierra. Se sigue dependiendo del
éxito de las cosechas, se impone crecientemente el monocultivo de soja y los
beneficiarios son los grandes pools y las agroexportadoras. No se ha
resuelto la crisis energética, de la vivienda, del transporte, de la salud, de
la educación. La contaminación y el riesgo ambiental crecen de la mano de la
megaminería y las demandas de los pueblos originarios por sus tierras son
desoídas. Los muertos en las protestas sociales son la expresión más dolorosa
del avance en la criminalización de las luchas sociales.
La respuesta a estos cuestionamientos, en el mejor de los
casos, es la aceptación de "lo que falta" a cambio de la afirmación
de una certeza, que nos exige complicidad, de que estamos en el camino de
resolución de los grandes problemas del país.
Como fundamento de esa certeza, surge inmediatamente la
comparación con la extrema situación de 2001 que ha dejado huella. Las
vivencias de desamparo e indefensión, la sensación de disgregación del cuerpo
social como apuntalador de la pertenencia y de la identidad, y la incertidumbre
acerca del futuro quedaron inscriptas en la memoria colectiva como marcas
traumáticas. Y las huellas traumáticas, como las de la dictadura o las de la
crisis hiperinflacionaria, acechan como fantasmas al imaginario colectivo.
Frente a semejante comparación, es evidente que la situación
social ha tenido algunas mejoras. En particular, y en el contexto de una
situación económica favorable para toda la región, se redujo relativamente la
desocupación, se consiguió cierta recomposición salarial y se tomaron algunas
medidas paliativas para reducir la gravísima situación de los sectores más
vulnerables. Esto ha producido cierto alivio y es la base objetiva sobre la que
operan los discursos y las maniobras de manipulación de la opinión pública por
parte del Gobierno. Pero después de casi una década, estos aspectos, en sí
mismos, no son indicadores de ninguna transformación social.
El Gobierno sí tiene una percepción afinada de las
necesidades y aspiraciones de amplios sectores sociales. Esta percepción la
utiliza para impulsar la "sintonía fina" que significa hoy ir
aplicando el ajuste por partes y por sectores diferenciales para enmascarar los
reales intereses que defiende e impedir el desarrollo de una respuesta social
unificada. Por otro lado, como hacía el menemismo, deriva a las provincias
parte de esta "ingrata" tarea.
La expresión "esto es lo posible", que se utiliza
como argumento universal y como una verdad indiscutible, funciona como elemento
tranquilizador para la conciencia de algunos, pero sobre todo como instrumento
de control social, marcando el campo estricto en el interior del cual deben
canalizarse las inquietudes. Precisamente, el control social es eficaz en tanto
que hace que se naturalicen las ideas y las acciones que propone el discurso
hegemónico y, por lo tanto, habilita el camino a la instrumentación
alienatoria.
Se establece una lógica binaria: o se está con el Gobierno,
y en consecuencia con el proyecto nacional y popular que ellos encarnan, o se
es parte de "la corpo". Este mecanismo de ubicar al otro según una
lógica excluyente produce un efecto de culpabilización e intimidación que
promueve el silencio y la parálisis. Desde esa perspectiva, a lo largo de todos
estos años, han estimulado la división de todas las organizaciones sociales,
práctica absolutamente contradictoria con su discurso de ser impulsores de la
unidad nacional y popular.
En esa política de dividir, dividir, dividir, se inscribe la
mecánica de la cooptación. Y lo más grave de ésta -que incluye no sólo el apoyo
político, sino también la utilización de fondos públicos o el otorgamiento de
puestos en el Estado- es que aquellos que son absorbidos abandonan sus demandas
históricas en función del apoyo político que pasan a brindar.
Debemos reconocerle al kirchnerismo un acierto importante:
siendo gobierno, ha logrado exhibirse como si fuera oposición. Esto se acompaña
de un discurso épico en el que Cristina Kirchner se autoproclama abanderada de
las necesidades y los anhelos de los sectores más desposeídos mientras
enmascara los reales intereses que defiende.
Obviamente, mantiene oculta la enorme cuota de poder
político y económico que ha acumulado en estos casi diez años, su papel
hegemónico en las estructuras del poder real de la Argentina actual y la
utilización que hace del Estado en función de su crecimiento como grupo
económico.
También le reconocemos la "creatividad" discursiva
y la arbitrariedad en el decir y no decir. Llamar desendeudamiento al pago de
la deuda externa, apoyar a las corporaciones multinacionales como si éstas
favorecieran el desarrollo industrial al servicio de intereses nacionales,
defender el "truchaje" de los datos del Indec como ejercicios de
libertad son ejemplos de esta "creatividad". El no decir, en
particular, tuvo su expresión paradigmática en el silencio indiferente ante un
hecho como la masacre de Once. También se expresó en la sanción del engendro
fascistoide de la ley antiterrorista, como si ésta no hubiera sido producto de
su propia decisión.
Reconocemos también la audacia. Cómo entender si no la
sesión del Senado en la que se trató la expropiación de Ciccone, presidida
justamente por Amado Boudou. Esta escena, que quisiéramos considerar como un
paso de comedia, nos acerca, en realidad, al drama del ejercicio impune del
poder que naturaliza la corrupción.
La crisis va develando, relativamente, lo que se pretende
ocultar. Y lo engañoso se va haciendo más grosero y evidente. La evaluación
oficial del valor de la canasta familiar no resiste el más mínimo análisis, ni
siquiera desde el sentido común o de la experiencia de la vida cotidiana.
La ilusión de la excepcionalidad del "modelo
argentino" ha entrado también en crisis.
© La Nación
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