Malvinas, el sostén de nuestra Nación
Por Jorge Guillermo Ochoa, 29/03/2015.
Nos encontramos a unos pocos días de conmemorar un nuevo aniversario de
la ejecución de la Operación Rosario. Como cada año, esta fecha en lo
particular me conmueve hasta las entrañas. Por un lado mi enseñanza a cargo de
mi padre fructificó mi sentir por la gesta, más allá de la desmalvinizadora
campaña mediática de unas tres décadas, que confundió y manipuló la memoria de
los argentinos. Además de mi educación, los últimos años me han dado la enorme
satisfacción de conocer en persona a los héroes de mi Patria, sentarme a comer
una pizza, charlar con ellos y poder conectarme con muchos argentinos que se
taparon los oídos o no quisieron creer la mentira que hace más de treinta años
nos quisieron hacer tragar. Y a buena hora este pueblo se ha jactado del esfuerzo
hecho en Malvinas. Nunca, pero nunca en toda nuestra historia, los
grandes próceres de nuestra Nación pudieron sentir en vida y con juventud el
reconocimiento y homenaje de la gente. Los grandes héroes de nuestra
Patria han argentinizado la cruz de Cristo en el exilio y el olvido hasta la
muerte y unas cuantas décadas más, hasta que por fin la revisión histórica los
elevase al panteón de los reconocidos. Por un lado, los argentinos hemos
madurado unas cuantas cosas; y por el otro, los veteranos de guerra nos
demuestran que, a pesar de que el 14 de Junio de 1982 las balas cesaron de
silbar, aún clama el viento y ruge el mar.
Tengo en mi mente un artículo publicado en el diario La Nación hace no
mucho tiempo, firmado por un reconocido historiador que es de lectura
obligatoria en los primeros años de las facultades nacionales, fundamentalmente
en la UBA. De todo lo leído, me detuve en una frase que el autor usaba para
derribar la grandeza de todo lo hecho en Malvinas, argumentando que es un mito
patriotero el sostener victorias morales. Sin detenerme en el hecho de analizar
ni al artículo ni al autor, prefiero sí reflexionar sobre este detalle
mencionado: las victorias morales.
Primero que nada, debemos identificar lo que significa una victoria.
Claro está que lo planteado por la misma palabra requiere de una lucha entre
dos oponentes. Y la victoria está en el alcance de los objetivos planteados.
Desde esa postura, lo que a sencillo análisis corresponde a Malvinas, es que la
batalla librada en 1982 significó una derrota en lo militar para nuestro país.
Sin embargo, antes de cerrar esta sencilla y concisa respuesta, quisiera que
indaguemos a la historia universal, a ver qué recuerda.
Remontémonos a la Antigua Grecia, a épocas de las Guerras Médicas,
cuando el Imperio Persa, al comando de su rey Jerjes, sometía y conquistaba a
su andar toda tierra y ciudad circundante al Mar Egeo desde las costas del Asia
Menor. Grecia, en aquel entonces, era un territorio que compartía lengua,
costumbres y en muchos casos, modos de organización político y social, pero que
en sus grandes ciudades, conocidas como polis, mantenían unas respecto a las
otras su independencia, ocurriendo inclusive entre ellas grandes disputas y
guerras. Ante estas diferencias, había dos valores fundamentales que el griego,
a su entender y el de su propio tiempo, no negociaba: la libertad y el
heroísmo. Bajo ese panorama, llegaba por aquellos días, el inmenso ejército
conducido por Jerjes, compuesto de esclavos y mercenarios reclutados de todas
partes del mundo conocido, armados con elefantes y una importante flota de
barcos que le servían de suministro constante en la difícil empresa de someter
al más poderoso competidor del Mar Mediterráneo: el orgulloso mundo griego.
Ante todo esto y en un contexto de desconexión política entre las polis,
con los persas alas puertas de Esparta, Leónidas, el rey espartano junto a su
guardia personal y un nutrido pero escaso número de griegos de todas las
regiones, se dirigen hacia el paso de las Termópilas, con la prácticamente
imposible misión de detener el avance imperial. Los persas superaban varias
veces en número a los griegos y la capacidad material con la que contaban,
hacía que las chances de Leónidas disminuyeran aún más. La derrota del pequeño
ejército griego era inminente. Lo sabía Leónidas. Pero también sabía lo que
costaba arrancarle la vida a un espartano. Y lo dejó bien en claro. Jerjes
finalmente logró pasar por las Termópilas, pero le costó gran cantidad de
soldados y un buen número de días el lograr su objetivo. El sacrificio del rey,
motivó y bastó de ejemplo al resto del mundo griego para que unieran sus
esfuerzos e hicieron valer el sacrificio de la sangre heroica derramada en
aquel paso. Una alianza cual si se juntaran River y Boca, se selló entre el ateniense
Temístocles y el espartano Pausanias para que las fuerzas de la Grecia unida
derrotasen al Imperio Persa. El sacrificio de las Termópilas, resultó ser una
derrota militar en el segundo táctico de aquella guerra. Pero, la defensa del
heroísmo y la libertad griega, salieron indemnes y se materializaron en la
épica victoria de la segunda y definitiva Guerra Médica.
Como lo vemos, las victorias se definen por numerosas variables. Valores
que se ponen en juego, creencias que se construyen y se someten a riesgo ante
las jugadas de la Historia y el Destino, apuestas que el sacrificio de algunos
construye para las luchas de los que continúan. Creo yo, bajo este abanico que
la Historia me otorga, que la batalla que libramos en Malvinas representa
una victoria moral y significará, con el correr de los tiempos y la unidad de
los argentinos, una victoria total.
Y expreso mi pensamiento desde esta óptica. Más allá de la Resolución
2065 de la ONU y de la historia pasada acerca del archipiélago, me enfoco en
los protagonistas, los que convirtieron a la derrota militar en una victoria
moral. En lo que habitabaen cada uno de ellos para que la causa por la cual
lucharon fuese un mandato superior y trascendental. Qué es lo que latía adentro
de un Julio Cao quien se presenta sin dudar a las puertas del Regimiento de
Infantería Mecanizada N°3 bajo riesgo de, si no hacerlo, no poder volver a
hablarle a sus alumnos de tercer grado sobre Belgrano y San Martín; qué hay en
el sacrificio del subteniente Silva quién aún después de muerto no se despega
de ningún modo del fusil con el cual cubriría el repliegue de sus subordinados;
qué hay en Juan José Ramón Falconier, quién a sabiendas de convivir con la
eternidad, les deja a sus hijos en una formidable epístola: “…a Dios y un apellido…”;
qué convive en lo interno de un Estévez, a tal punto de que herido alcanzase a
cubrir a un soldado bajo su ala con un casco para protegerle, antes de cumplir
su sueño por el que tanto trabajó: servir a la Patria hasta la muerte. Qué
hay en estos hombres que, desposeídos de todo lujo, en la más extrema
circunstancia en la que el hombre se somete a sí mismo, no conocieron otra cosa
más que la gloria, como fieles guardianes del legado sanmartiniano.
En todos ellos, en los 649 que regaron la turba malvinense,
en los que cayeron en la posguerra y en los que aún combaten en la actualidad,
conviven los valores fundamentales que construyeron a esta Nación. Valores con los que cruzamos los Andes y dimos
Libertad a medio continente. Valores con los que recibimos de todas partes del
planeta a enormes contingentes de desahuciados por la guerra y el hambre.
Valores con los que dimos a conocer al mundo grandes orgullos para la Humanidad
en distintas ramas del quehacer humano. Fundamentalmente, valores que se podían
vivir en el barrio y la familia, que se hacían parte en la escuela. Todo ello
viajó a Malvinas en el corazón de estos hombres. En ellos estaba el Aurora de
la formación del primario al asomarse el Sol por sobre los cerros que
defendieron; estaba la bandera que izaban con la seño al trazar sobre los
halcones las rasantes aguas del Atlántico. El mandato irrenunciable de acabar
con toda forma de sometimiento imperial, construida en los albores de la
Independencia, empujaba cada disparo de las armas de estos colosos. Eso es lo
que fuimos a defender a Malvinas.
El tiempo ha pasado ya. Son treinta y tres años de una historia aún
reciente. Seguramente queden por revisar muchas páginas de la misma, se habrán
de juzgar posibles e imposibles. Sin embargo, hay un juicio que lejos de caer
sobre la guerra de las Malvinas, caerá directamente sobre los herederos de toda
gesta de la República Argentina. Es decir, sobre nosotros.
Hay una frase que reza que los soldados no mueren bajo las balas sino
bajo la indiferencia. La sola existencia del reconocimiento del 2 de Abril como
día de los Combatientes y Caídos en la Guerra de Malvinas, nos recuerda
someramente que algo pasó en el ´82. Sin embargo, el objetivo de la lucha era
otro. Hablando claro de a quiénes consideramos protagonistas, que son los
combatientes. Los valores que defendieron tienen un nivel de trascendencia
notoriamente superior al de aquella batalla. Realmente los argentinos pusimos
en ese pequeño y virtuoso número de valientes todo lo mejor de nuestra Historia.
Lo apostamos y lo arriesgamos. Las circunstancias, nos dieron héroes y
una Causa. ¿Y qué hicimos con ese ejemplo? ¿Comprendemos los argentinos
que conmemorar el 2 de Abril no basta?
Recordemos el caso de Leónidas. Aquel sacrificio en pos de proteger la
identidad griega bastó para darle un instante de lucidez a todo el mundo de la
Hélade. El poderío cultural griego era tal, que tamaña decisión y amor a su
nación le bastó para dar por tierra las ambiciones imperiales persas. Siguiendo
aquella comparación, los argentinos debemos reconocer que aún nos resta
bastante por hacer. En Malvinas nos jugamos el legado de la Independencia y
lejos está esta Patria de ser aquella Patria Grande soñada por el Libertador.
Los argentinos aún miramos entre nosotros buscando culpables de nuestros
propios males. Así, con altibajos, después de Malvinas, convivimos con una
época de indecisión e indefinición, dónde la mejor respuesta para la
construcción del futuro es un “podría ser peor”. Independientemente de posturas
partidarias, ocurren cosas a nuestro alrededor que no están a la altura del
sacrificio de los héroes.
Como dirían los abuelos, nuestro país no nació con chiquitas. Se soñó y
se pensó en grande. Se jugó la sangre en grande y manifestó gestos de grande.
No convivimos los argentinos con siete climas, mar, montaña, ríos, valles,
sierras, flora, fauna, todos los recursos para ver desfilar por nuestras calles
a la desidia, la inmoralidad y la decrepitud. No nos ubicó Dios en esta
tierra bendita material, natural y culturalmente para que su designio y el de
nuestros Héroes observen la indecisión que aún hoy sostenemos.
Coincide el 2015 con actividades electorales, expresión máxima con la
que, al menos por hoy, gozamos los argentinos en la construcción democrática de
nuestra Nación. Reza al iniciarse el Preámbulo: “Nos los representantes del
Pueblo de la Nación Argentina…”; por favor detengámonos acá un instante:
representantes del Pueblo. Por favor, revisemos qué nos pasa. Preguntémonos que
significa enviar un representante a los escarnios de decisión. Revisemos
minuciosamente nuestros ideales y valores como personas, como ciudadanos, como
pueblo y pensemos la forma en que se condicen con los distintos puestos de
honor que otorga un cargo público. No interesa cómo fue antes, si fue siempre,
si no fue nunca, si fue a veces, si fue con Sultano, Fulano o Mengano. Ahora,
argentinos, ahora. ¿Qué queremos? ¿Qué vamos a hacer con esto que nos dieron
Dios y la Historia?
Creo que en esto, Malvinas nos podría dar una mano. Yo quisiera ver el
arrojo y la osadía de que con poco se puede hacer mucho como mostró Owen
Crippa, atacando con un obsoleto avión de entrenamiento y reconocimiento a una
fragata; quisiera ver la mirada encendida de cansancio y amor como los heroicos
que sostuvieron la última pieza de artillería hasta el cese del fuego, con el
cañón al rojo vivo y sin descansar; quisiera ver afrontar la soledad del vuelo,
al extremo de la capacidad mental y material humana, llevando los sueños de
todo un Pueblo rumbo de una tarea de profunda valentía, como los pilotos de
combate, nuestros halcones, rumbo a misiones casi imposibles; quisiera ver el
arrojo de enfrentar un gran llano iluminado por el enemigo, asediado, para
cumplir una promesa, así como lo hiciera Gómez Centurión atravesando Darwin
para salvar en campo inglés a un soldado herido; quisiera ver hecho política al
gran ejemplo cristiano, de entregarme sin pensar a la muerte por salvar a un
amigo, como lo hicieran Tries y Cerezuela para sacar del infortunio a su
Sargento Villegas; quisiera ver la ferocidad que la humildad es capaz de
lograr, para hacer temblar de pavor a todo aquel que se crea que los argentinos
“somos empanadas que se comen de un bocado”,como lo hiciera Poltronieri en el
Monte Dos Hermanas, cubriendo en soledad la retirada de todos sus compañeros.
Quisiera y no me canso de demandar que nuestra clase dirigente tenga esos
valores. Lo hago con todo derecho, porque me los grabó mi padre a fuego en el
alma, porque se los voy a incrustar a mi hija en su corazón así se deshaga
nuestro mundo al costado y porque en cada aula queme toca al mando, me encargo
por hacer entender que hay ciertas cosas con lasque no se juega ni se negocia.
Llegó la hora que los argentinos, de una buena vez,
dejemos de buscar culpables, inocentes, más buenos o menos malos y nos hagamos
cargo de nuestra Historia. Que no dependa de la dirigencia, sino de nosotros,
el Pueblo, aquel por el cual se sacrificaron los Héroes. Seamos los brotes que
germinen de la tierra regada con la sangre de nuestros guerreros. Sepamos
entender el mensaje de aquellos que se sacrificaron por nuestra Nación. Dios y
la Patria lo demandan. Tenemos una Historia, hagamos nuestro el futuro.
Argentina, no borres con el codo lo que escribiste
con tus manos.
Malvinas es ese diamante irrompible que guarda la
épica grande de nuestra Nación.
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